Sandro Botticelli y la suprema belleza.
Figura de la entrada: La primavera. Sandro Botticelli, 1477-1478. Temple sobre tabla (203 x 314 cm). Galeria degli Uffizi. Florencia.
CONCURS CERCANT L’ART (maig):
Autor: Sandro Botticelli (Florencia, 1445-1510). Nombre real: Alessandro di Mariano Filipepi.
Localización: Museo de Bellas Artes de Valencia.
Título: Retrato de Michelle Marullo Tarcarriota.
Acertantes (por orden alfabético): Maite, Pepe, Pere R i Pere Sánchez.
COMENTARIO:
El Renacimiento marca la transición de la historia europea desde el ocaso de la Edad Media hasta los albores del mundo moderno. El término hace referencia al interés recuperado por los tesoros intelectuales y artísticos de Grecia y Roma que propició el Humanismo. El término humanista designaba al cultivador de los estudios clásicos que escribía, generalmente en latín, sobre literatura y filosofía griega y romana.
Bajo la influencia del Humanismo, la obra de arte adquirió poco a poco un contenido intelectual. Aunque no hubo un rechazo a la erudición teológica –la fe cristiana y su simbología continuaron inspirando a los artistas del Renacimiento- este nuevo enfoque no concordaba con las enseñanzas de la Iglesia medieval que había insistido en que la humanidad no podía conseguir nada sin la ayuda de Dios.
El redescubrimiento del mundo clásico revolucionó la pintura, la escultura y la arquitectura en la Italia del siglo XV. La historia y la mitología romana se convirtieron en temas principales, se observó de forma más minuciosa la forma humana y la naturaleza y evolucionaron técnicas artísticas, como por ejemplo la perspectiva.
El nacimiento de Venus, pintada por Sandro Botticelli en 1486, es probablemente el mejor símbolo de esa nueva era. Hacía 1.000 años que no se veía nada igual en Europa: un desnudo casi a tamaño natural de una mujer surgida del mar que exhibe su cuerpo perfecto y se acerca a la orilla sobre una concha impulsada por el viento. Botticelli, hijo de un curtidor, era un hombre piadoso cuyo taller satisfacía las abundantes demandas de sus conciudadanos con imágenes religiosas, pero en la cumbre de su madurez se atrevió a realizar cuatro obras mitológicas de gran formato.

A diferencia de las figuras góticas estilizadas, la Venus de Botticelli adopta de la escultura clásica el contraposto (desplazamiento del peso de la figura que recae en una sola pierna), la atractiva curva de la cadera y su gesto de pudor. Venus está pintada según el canon que elaboraron artistas como Policleto y Praxíteles en su búsqueda de la armonía y belleza: la distancia entre los pezones tiene que ser igual a la distancia entre el pecho y el ombligo y, a su vez, entre el ombligo y las piernas.
El nacimiento de Venus está expuesta en los Uffizi de Florencia junto a la otra gran obra mitológica de Botticelli, La primavera. Ambas obras fueron un encargo de la familia Médicis para, por suerte, decorar una villa en los alrededores de Florencia. Para las villas de veraneo se preferían los frescos y lienzos de temas alegres en lugar de las pinturas religiosas sobre tabla. Y digo por suerte porque su ubicación fuera de la ciudad las salvo de la quema.
Tras la expulsión de los Médicis, el monje Savonarola instauró de 1494 a 1498 una severa teocracia en Florencia. Como el fanatismo es amante de la destrucción, el martes de carnaval de 1497 mandó quemar cuadros lascivos en una “hoguera de las vanidades” junto con afeites, joyas y postizos. Se dice que Botticelli era partidario del fanático monje. ¿Vería arder sus cuadros hoy perdidos? Sea como fuere, hacía mucho tiempo que había dejado de pintar mitologías paganas y mujeres desnudas para seguir trabajando en obras religiosas y retratos.

Precisamente uno de sus retratos es la obra presentada, el Retrato de Michelle Marullo Tarcaniota (1453-1500), poeta y aventurero griego. Pablo Giovo le incluyó en su libro, publicado en 1546, Elogios de hombres de letras ilustres en el que destacaba su inquieto ingenio y el dominio tanto de las letras como de las armas. Se cree que el retrato podría ser póstumo, realizado por encargo de su esposa, la poetisa Alessandra Scala, y pintado alrededor del año 1500.

El modelo se representa en tres cuartas partes de busto, orientado a la izquierda, vestido uniformemente de forma sencilla, de negro. El negro de su ropa, del pelo y del sombrero contrasta con el fondo claro y da fuerza al personaje. De esa cortina oscura surge su cara con gesto entre inquisidor y altivo, la hermosa curvatura de sus labios y una mirada profunda, penetrante. En esa mirada está concentrada toda la riqueza del cuadro; a su alrededor todo es austero.
El estado de conservación de la obra no es óptimo, en gran parte por restauraciones desacertadas. Pintada al temple sobre tabla, sufrió una agresiva intervención en 1864: la capa pictórica fue desgajada de su soporte original y adherida a tela, y además fue recortada en sus dimensiones.
El cuadro estuvo ilocalizable durante siglos hasta que en 1820 se difundió un grabado elaborado en Munich para el marchante Serand Lasalle. El cuadro permaneció en la colección ducal Leuchtenberg en Munich hasta que el tercer duque le llevó junto a toda su colección a San Petersburgo. Luego consta en manos del marchante Arthur J. Sulley de Londres quien se lo vendió al comerciante de algodón Eduard Georg Simon. En 1929 fue adquirido por el político y mecenas Francesc Cambó (Verges, 1876 – Buenos Aires, 1947) por la suma, elevadísima para la época, de 1,2 millones de pesetas. Fallecido Cambó en 1947, el cuadro pasó a ser propiedad de su hija Helena y de esta a sus descendientes.
Entre 2004 y 2016 el cuadro fue expuesto en condición de préstamo en el Museo del Prado. Nuevamente en manos de la familia propietaria, en 2019 fue puesto a la venta (sin éxito) por unos 30 millones de dólares. Hay que tener en cuenta que el acceso de la obra al mercado internacional se ve condicionado al estar declarada bien de interés cultural en 1988, lo que impide que pueda salir de España sin el permiso de la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico. En la actualidad se encuentra depositado en régimen de comodato en el Museo de Bellas Artes de Valencia.
Probablemente este cuadro de Botticelli, su único retrato que hay en España, era la perla de la colección de pintura que había reunido Cambó, pero era propietario de muchas más valiosas obras de arte. Él y su hija Helena legaron al Estado gran parte de esta colección que hoy en día se encuentra repartida entre el Museu Nacional D’Art de Catalunya (MNAC) y el Museo del Prado. El MNAC cuenta con un fondo de cincuenta pinturas de los grandes maestros europeos de entre los siglos XIV y XIX, siendo la aportación desinteresada de más valor que ha recibido el museo y que vino a rellenar el vacío que existía en sus fondos entre las series medievales y las obras de arte moderno. Sin lugar a dudas, merece una visita.
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Amiga Cinta, interessant nova entrada d’art. Un Botticelli!!
Voldria fer alguna reflexió: com s’explica que un pintor com Botticelli de grandíssima intensitat d’expressió i de fascinant profunditat de sentiment, pugui haver estat oblidat i no reconegut durant segles per a ser tant valorat posteriorment?
Com els ulls i l’ànima dels amants d’aquest art poden ser tant diferents en el temps?
Tanta bellesa pot estar a mans de les tendències?
Qué ens mou a rebutjar la genialitat del moment i a reconèixer-la en la posteritat?
Cinta, petons 😘😘
Ah!! Conegut com a Botticelli, nom que no és el seu, per un renom familiar que significa “botijo o tonel”.😀
Cinta, com tantes altres vegades és molt interessant la història rere el quadre.
Descobrir a Francesc Cambó rere aquesta pintura de Botticelli que encertadament (com sempre) has escollit, ha sigut molt suggerent.
Tot llegint-te, m’ha sorgit la curiositat “malsana” de conèixer els orígens de la fortuna de Cambó, és a dir, la que li va permetre comprar tantes obres d’art antigues i altament cotitzades.
Encara no ho he aclarit del tot.
Però m’he trobat amb un article molt curiós que fa un repàs a les biografies publicades sobre Cambó i cita per exemple una de Josep Pla de 1928-30 (feta per encàrrec) que sembla que va aixecar moltíssima polèmica a l’època. Confesso que de moment l’article l’he llegit només per sobre per què és llarg, però el llegiré en algun altre moment… espero!
Entre moltes altres coses s’hi llegeix:
“Téngase en cuenta que por los tres cuadros de Botticelli que Cambó compró en 1926 y 1929 –después uno resultó ser falso- pagó entonces más de 5 millones de pesetas, que hoy podrían suponer más de 40 millones de euros.”
El fet de furgar en la història – la de l’art i la del món i els humans – no sols és “enriquidor”, sinó també força divertit.
I tindre companys fent el mateix camí ja és, dit de la forma clàssica i teocràtica, “Tot un bé de Déu”.
Una abraçada.