Momentos estelares de la España del S. XIX (VIII): El fin de la primera Guerra Carlista y la regencia de Espartero.

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Autor: Mariano Rebollo.

Imagen de la entrada: El abrazo de Vergara. Pablo Bejar, 1902. Barcelona.

Durante el gobierno de Calatrava se reclutaron otros 50.000 hombres para el ejército (mediante otra leva forzosa que afectaba al pueblo sin recursos económicos para librarse), se solicitó un crédito de 200 millones de reales para gastos de guerra, se abolieron definitivamente los gremios y se implantó la libertad de industria y de trabajo. También se convocaron Cortes “extraordinarias” que nombraron una Comisión el 24 de octubre de 1836 para elaborar una nueva Constitución, la cual fue sancionada por la Regente el 17 de junio de 1837. Era menos avanzada que la de 1812 y establecía también un Senado de Notables nombrado por la corona a partir de listas presentadas por los electores, pero proclamaba la división de poderes y los derechos de los ciudadanos característicos del constitucionalismo liberal, incluyendo una nueva legislación electoral que reconocía el voto a una parte de los arrendatarios. Igualmente establecía que los Ayuntamientos habían de ser elegidos por el pueblo, siendo una de sus funciones el control de la Milicia Nacional.

Mientras tanto, la guerra seguía enquistada y feroz, a pesar del triunfo logrado por el general Espartero en diciembre de 1836, cuando vence en la batalla de Luchana, rompiendo el cerco carlista sobre Bilbao y entrando en la ciudad. En 1837, tras el triunfo carlista en Oriamendi, D. Carlos llega en mayo hasta las puertas de Madrid con un ejército al mando del general Cabrera pero, inexplicablemente, no entra en la capital. 

La tenaz oposición de los moderados y los partidarios del Antiguo Régimen y el fin del apoyo francés hacen que Calatrava se viera obligado a dimitir el 18 de agosto de 1837, siendo sustituido por un gobierno conservador presidido por el conde de Ofalia.

El 6 de septiembre de 1838, tras nuevos reveses en la guerra carlista (esta vez en Levante y Morella), motivados porque el gobierno era incapaz de abastecer al Ejército, el conde de Ofelia es sustituido por el duque de Frías, Grande de España, con el descontento de los sectores burgueses.

En 1839 la guerra da un nuevo giro con las victorias logradas por el general Espartero y la aparición de disensiones en el campo carlista, entonces dirigido por el general Maroto. Cansados ya del permanente batallar, éste y Espartero llegaron a un compromiso el 31 de agosto de 1839, el llamado Compromiso de Vergara (o Convenio de Vergara, denominado también “el abrazo de Vergara”, ya que ambos generales sellaron el acuerdo abrazándose sin apearse del caballo), que puso fin a las luchas pero sin pacificar los espíritus, aplazando el problema del enfrentamiento entre liberales y carlistas que aún duraría hasta el siglo XX. Espartero se comprometió a respetar los fueros vascos y a admitir en el ejército a los jefes y oficiales carlistas y Maroto abandonaba a D. Carlos, justificándose más tarde con las siguientes palabras: “Soldados nunca humillados ni vencidos depusieron sus temibles armas ante las aras de la Patria; cual tributo de paz olvidaron sus rencores y aceptaron el abrazo de fraternidad. Sublime tan heroica acción…. tan español proceder”. Espartero, nombrado “Príncipe de Vergara”, aún tuvo que continuar guerreando contra el carlismo ya que el general Cabrera prosiguió librando una cruel guerra en Cataluña y el Maestrazgo durante un año. Con el Convenio de Vergara se estableció una alianza entre cristinos y carlistas que dejó a los progresistas en la oposición, aunque seguían controlando los Ayuntamientos, las Diputaciones Provinciales y la Milicia Nacional.

El general Ramón Cabrera y Griñó, natural de Tortosa, había ocupado Morella en enero de 1838, estableciendo allí su base y llegando a dominar el Maestrazgo y zonas de Cataluña y Valencia; fue un gran estratega, apodado “el Tigre del Maestrazgo”, y prolongó la guerra hasta la toma de Morella por Espartero en mayo de 1840, teniendo que refugiarse en Francia mes y medio después. Era temido entre los cristinos por su ferocidad, especialmente tras el fusilamiento de su madre, Ana María Griñó, a manos del ejército del general Francisco Espoz y Mina. Tras pasar unos años en Lyon, reinicia la segunda guerra carlista organizando partidas en las montañas catalanas, siendo derrotado de nuevo en abril de 1849. Se exilia en Inglaterra, donde se casa con una rica protestante, Marianne Richards, renunciando al carlismo.

Cabrera
Ramón Cabrera. W.E. Kilburn, 1850. Museo del Ejército. Madrid.

Las victorias de Baldomero Espartero contra los carlistas le hicieron ganar una gran popularidad e incrementar su influencia política, acercándole también a la reina Regente, que le veía como su protector, a quien favoreció nombrándole duque de la Victoria, duque de Morella, conde de Luchana y vizconde de Banderas.  Espartero (1793-1879) era hijo de un carretero de La Mancha, ingresando de niño en el seminario de Almagro donde estuvo hasta alistarse en el ejército en 1808. De 1815 a 1824 forma parte de las tropas españolas que combatían en América contra los independentistas de las colonias, hasta la derrota de Ayacucho. Por este antecedente, sus detractores le llamaban despectivamente, a él y a sus partidarios, “los ayacuchos”.

El principal motivo de enfrentamiento entre conservadores y progresistas fue la organización de los Ayuntamientos, por lo que a instancia de los moderados la Regente disuelve las Cortes y se eligen otras que en 1940 sacan una nueva Ley de Ayuntamientos a su conveniencia (los alcaldes de las capitales de provincia pasaban a ser elegidos directamente por el gobierno central), aunque no llegó a sancionarse. Como Espartero estaba en Cataluña tras la lucha contra Cabrera, a finales de junio de 1840 la Corte se traslada a Barcelona con la excusa de unos baños de mar para Isabel II (afectada desde el nacimiento por una ictiosis localizada en las plantas de los pies y las palmas de las manos), aunque en realidad era para lograr que el general la apoyara en su deseo de bloquear al liberalismo progresista y sentirse más protegida. Las entrevistas que la regente mantuvo con Espartero fueron decepcionantes para ella; el general la exigió neutralidad política y le presentó su propuesta de programa de gobierno, netamente progresista y fiel a la Constitución de 1837. María Cristina rechazó la propuesta, pero no pudo tampoco encontrar apoyos para lograr un gobierno moderado. El 19 de julio se produce en Barcelona una sublevación de la Milicia Nacional, con gritos de “muera María Cristina!”, “mueran los ministros” y “viva Baldomero primero”, mientras los partidarios de Espartero y de María Cristina se enfrentaban violentamente en las calles y de Madrid llegaban noticias alarmantes de rebelión progresista. Buscando un ambiente más protector, la regente marchó a Valencia con sus hijas el 24 de agosto, pero su recibimiento fue absolutamente gélido. El 1 de septiembre se subleva también la Milicia Nacional de Madrid y el ayuntamiento se puso a la cabeza del levantamiento; pronto este movimiento se convirtió en un alzamiento generalizado de las provincias, mientras circulaba un folleto que atacaba a María Cristina, su relación con Muñoz y su vida licenciosa. La entrada de Espartero en la capital, donde es recibido triunfalmente como adalid de los progresistas, aplaca la rebelión. Temerosa, vencida y harta ya de tanto desorden, tras nombrarle primero presidente del gobierno, el 12 de octubre de 1840 María Cristina abdica como Regente designando en su lugar a Espartero, a quien le confía la custodia de Isabel II y de su hermana; días después marcha a Marsella (bajo el nombre de “condesa de Vista Alegre”).

La Regencia de Espartero, que representaba el papel creído de “cesarismo liberal”, se prolongó hasta 1843, período en el que volvieron los motines e insurrecciones populares motivadas fundamentalmente por la miseria, el desempleo, el hambre y la persistencia de los impuestos indirectos (“consumos”) que aumentaban el precio de los alimentos, sobre todo del trigo. Durante estos motines era frecuente que ocurrieran sucesos brutales de anarquismo primitivo (matanzas en prisiones, quema de conventos y de fábricas textiles). Esto sucedió principalmente en Cataluña (Barcelona), región industrial que contaba a finales de 1842 con 80.000 obreros en la textil, y representó una victoria del pueblo bajo, acaudillado por un puñado de intelectuales románticos, sobre la burguesía de las ciudades. Un periódico radical de Barcelona, La bandera, publicaba: “Que mueran los tiranos, abajo los tronos…, libertad, justicia, igualdad, virtud y la república universal”. Es la primera vez que un movimiento político español aparece como republicano. Los burgueses protestaban también contra un acuerdo comercial librecambista con Inglaterra, establecido en diciembre de 1842. El proletariado presentó sus reivindicaciones tomando las armas, lo que obligó a la intervención del ejército al mando de Espartero (tras solicitar y obtener un voto de confianza de las Cortes para reprimir la sedición de Barcelona), quien sometió a la ciudad a un violento bombardeo desde Montjuic que destruyó 400 edificios, imponiendo también a Barcelona una multa de 12 millones de reales. Antes de regresar a Madrid nombró gobernador al general Antonio Seoane quien nos dejó la frase de “a los catalanes se les gobierna con palo”.

En el plano político, Espartero nombró Presidente a un hombre de su confianza, D. Antonio González González, que no contaba con el apoyo parlamentario suficiente. Se aprobaron los presupuestos generales del Estado en 1841 y 1842 y se promulgó un nuevo arancel de corte proteccionista que sustituyó al anterior de 1825. En el ámbito foral, la Ley de 20 de septiembre de 1841 decretó la supresión de la especificidad jurídica de los territorios forales y la aplicación de las Leyes generales emanadas del Estado, lo que provocó un pronunciamiento en Vitoria y Pamplona alentado esta vez por los moderados. La cuestión se arrastraría durante los años siguientes hasta que Cánovas sacó la Ley de 1878 con la que estableció el concierto económico de Navarra y el País Vasco. Se continuó con la desamortización de los bienes del clero secular, el diezmo fue sustituido por una Ley de mantenimiento de culto y clero y se obligó a éste a jurar fidelidad  al poder constituido (Ley de 14 de noviembre de 1841). Las relaciones con la Santa Sede se interrumpieron.

Espartero
Baldomero Espartero. José Casado del Alisal, 1872. Congreso de los Diputados. Madrid.

El apoyo a Espartero fue decayendo progresivamente, con la Iglesia y las Cortes en contra y con el ejército dividido.

La burguesía, más conservadora tras la guerra civil, aspiraba al orden social que permitiera la expansión económica del país, lo que mermó su apoyo a los progresistas, incapaces ya de resistir el ataque político organizado de los moderados. Estos, aprovechando un nuevo pronunciamiento militar encabezado por el conservador general Narváez, “el espadón de Loja” (que venció en Torrejón de Ardoz a las fuerzas de Espartero), acabaron tomando el poder el 23 de julio 1843 inaugurando el período llamado “la década moderada”. El Regente hubo de dimitir y exiliarse en Londres, donde permaneció hasta 1848. Así, sería el liberalismo conservador organizado como Partido Moderado el que monopolizaría el poder durante la mayor parte del reinado de Isabel II. Tras la guerra sucedió una época de paz inestable en la que el país se recobró lentamente, con sobresaltos ocasionales de “pronunciamientos” de generales progresistas, hasta que un nuevo pronunciamiento de Espartero en 1854 provocó el “bienio progresista”.

Mariano R.

Mariano R.

Neurólogo jubilado que disfruta con los buenos libros, las artes y humanidades y las conversaciones con los amigos.

4 comentarios en «Momentos estelares de la España del S. XIX (VIII): El fin de la primera Guerra Carlista y la regencia de Espartero.»

  • el lunes, 12 de abril de 2021 a las 6:35 pm
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    Mariano, nuevamente gracias por tu interesante aportación. Estaba pensando en que debe ser difícil encontrar un pais occidental donde se hayan producido tantas contiendas civiles como en España. Da la sensación que, mientras otros paises guerreaban entre ellos, nosotros lo hacíamos contra nosostros mismos.
    Quería preguntarte acerca del papel que a tu juicio juega el liberalismo progresista en el contexto de las guerras carlistas. A mi juicio, el verdadero enfrentamiento se produce entre carlistas, rancio catolicismo y partidarios del antiguo régimen, y la facción moderada del liberalismo (cristino o isabelino) más o menos constitucionalista.
    No se si es una visión muy sesgada la que pretende excluir o limitar la responsabilidad a los sectores más progresistas, pero me gustaría conocer tu opinión al respecto.
    Gracias

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  • el lunes, 12 de abril de 2021 a las 6:36 pm
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    Por cierto, una gran memoria la que tenemos los catalanes del figura de Espartero.
    Manel

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  • el sábado, 17 de abril de 2021 a las 6:20 pm
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    Tienes razón en tu comentario, Manel. Quiero pensar que los españoles no somos intrínsecamente más violentos que otros europeos, sí más individualistas y, sobre todo, más incultos. También han podido influir las desigualdades sociales y económicas y la falta de respeto por la libertad. Respecto a lo que dices sobre el liberalismo progresista y la guerra callista, creo que los moderados y los progresistas combatieron por igual al carlismo, ambos eran liberales, aunque en el ejército cristino predominaban los jefes militares de ideología más o menos progresista.

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  • el lunes, 19 de abril de 2021 a las 1:51 pm
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    Mariano, muy interesante de nuevo esta octava entrega de la historia del siglo XIX español. Es un placer aprender y entrentenerse al mismo tiempo. Alabo tu claridad y tu capacidad de selección y de síntesis.
    Ah y me ha encantado ese comentario tuyo en respuesta a Manel de: “quiero pensar que los españoles no somos intrínsecamente más violentos que otros europeos, sí más individualistas y, sobre todo, más incultos”. Lo clavas . Aplausos.
    Un abrazo

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