HISTORIA DE DOS AMIGOS Y UNA REVOLUCIÓN
CONCURS CERCANT L’ART (novembre):
Autor: Jacques Louis David (1748-1825).
Localización: Museos Reales de Bellas Artes de Bélgia (Bruselas).
Título: La muerte de Marat.
Acertantes (por orden alfabético): Pepe Ruiz, Pere Ramirez, Pere Sánchez y Xavier Selva.
COMENTARIO
El primer diario de la historia podríamos decir que fue el Acta diurna que Julio César mandaba colgar a diario en el Foro romano durante el año de su consulado (59 a.C.). En principio, el fin era comunicar a diario las noticias y acontecimientos más importantes para utilidad general, aunque en realidad era una manera de influenciar a la opinión pública en pro del gobierno. Desde luego, esa tradición no se ha perdido.
Con la invención de la imprenta en 1440, empezó a ser común la distribución en las ciudades de hojas escritas con noticias comerciales y económicas. En Venecia se vendían al precio de una gazeta (moneda utilizada en el siglo XVI) y así se han venido nombrando muchos periódicos hasta la actualidad.
En el siglo XVIII los líderes políticos tomaron conciencia del gran poder manipulador que podían tener las gacetas y proliferaron los periódicos de facciones y partidos políticos. Uno de ellos fue L’Ami du peuple, fundado por Marat.
Jean-Paul Marat, nacido en 1743 en el seno de una familia protestante de Boudry (por entonces posesión del rey de Prusia, aunque afiliada a la antigua Confederación Suiza) ha pasado a la historia por su papel en la Revolución Francesa. Sin embargo, antes fue un destacado médico, científico y filósofo. Llegó a ser muy popular entre la aristocracia francesa al ser médico de la corte y se codeó con grandes de su tiempo como Benjamin Franklin y Goethe. En 1786 abandonó su trabajo en la corte y dos años más tarde, cuando el Parlamento de París y otros notables aconsejaron la reunión de los estados generales por primera vez después de 150 años, decidió dedicarse por entero a la política.
En esas fechas, Francia atravesaba una profunda crisis y el estado se encontraba al borde de la quiebra. Las cosechas fueron catastróficas y a las críticas de salones, clubes y logias masónicas, se añadió la cólera de las gentes que sufrían el alza de los precios de los cereales y del pan. La deuda pública era tan importante que el estado tenía que buscar nuevos recursos y ello implicaba oponerse al conservadurismo que bloqueaba las reformas.
El parlamento de París se negó a acatar las decisiones del rey. A Luís XVI no le quedó otras salida que convocar los estados generales el 8 de agosto de 1788. Aquella institución representativa del reino, heredada de la monarquía feudal, no se había reunido desde 1614, en tiempos de Enrique IV. El parlamento dejó claro que debían estar compuestos de la forma observada en 1614; es decir, un tercio de representantes para cada uno de los órdenes que constituían tradicionalmente la nación francesa desde la Edad Media: la nobleza, el clero y el pueblo, categorías basadas en el estatuto jurídico y no en la riqueza. Así pues, la gran mayoría de súbditos, “el tercer estado”, quedaba condenada a la minoría.
La primavera de 1789 fue un momento de extraordinaria efervescencia en toda Francia. Millones de personas, condenadas hasta entonces a la pasividad política, tomaron la palabra. Durante dos meses, en las 40.000 parroquias del reino los curas invitaron a sus fieles a escoger a sus representantes y a escribir en unos cuadernos las quejas que transmitirían al rey. En muchos lugares surgió un discurso reivindicativo que cuestionaba el principio mismo de los derechos señoriales, criticaba los abusos de los propietarios y denunciaba el peso y la desigualdad de los impuestos reales.
Finalmente, el 5 de mayo de 1789, 1315 diputados de todas las provincias se dirigieron a Versalles; 654 eran del tercer estado. El fervor popular había conseguido que casi se doblara el número de sus representantes. Más de la mitad de sus diputados eran abogados o juristas y el resto negociantes o empresarios, salvo algún granjero adinerado. Los artesanos y el pueblo, ausentes de la diputación, tomarían otras vías para hacer oír su voz en los meses siguientes y desempeñarían un papel fundamental en la evolución de los acontecimientos que llevaron a la Revolución.
Desde las primeras sesiones de los estados generales estalló la disputa al negarse los representantes del tercer estado a la verificación de los mandatos. El 17 de junio esos diputados tomaron dos decisiones revolucionarias: considerando que representaban como mínimo al 96 % de la población, declararon que ellos solos constituían la asamblea nacional y al mismo tiempos se proclamaron soberanos en materia tributaría, despojando así al rey de su prerrogativas. Unos días más tarde se les unieron el clero y la nobleza y la Asamblea Nacional empezó a discutir un proyecto de constitución.
La revolución jurídica que se había iniciado se reforzó con la rebelión ciudadana. El 14 de julio de 1789 el pueblo tomó La Bastilla y el entusiasmo popular se extendió por todas las provincias. En todas las ciudades, los patriotas asumieron el control de una revolución municipal que expulsó a los agentes del rey. Finalmente, el 5 de octubre unas 6000 personas se reunieron en Versalles y al día siguiente un largo cortejo condujo a París a la familia real, dando fin al Absolutismo.

Aquella efervescencia política pronto encontraría un apoyo en la explosión tipográfica de 1798: aparecieron más de 140 periódicos que divulgarían la opinión pública, una nueva e imprevisible fuente de legitimación política.
En septiembre de 1789, Marat fundó su propio periódico: L’Ami du peuple. Desde su posición expresaba todas sus sospechas sobre los que ostentaban el poder, a los que llamaba “enemigos del pueblo”.
Marat se identificó más con el ala izquierdista de la Revolución, los jacobinos. Aunque condenó a varios grupo e informaba de sus supuestas deslealtades, sus críticas se dirigieron mayormente hacia los revolucionarios más moderados, los girondinos, ganándose el sobrenombre de la “ira del pueblo”. A consecuencia del ataque a las instituciones o ciudadanos más poderosos de Francia como la Asamblea Nacional, los ministros, la corte de Châtelet o el Marqués de La Fayette, fue perseguido y se vio obligado a esconderse en las cloacas de París y a huir a Londres en dos ocasiones.
En abril de 1792 volvió a París, tras ser llamado por el Club de los Cordeliers (Sociedad de Amigos de los Derechos del Hombre y de los Ciudadanos), una sociedad política republicana más radical que la jacobina. Poco después tomó su asiento en la Comuna de París (el gobierno municipal llamado así durante el periodo revolucionario).
Desde su tribuna política y su periódico solicitó que se juzgara a los monárquicos encarcelados. Al no realizarse ningún juicio, apoyó las masacres de septiembre en la que cientos de políticos encarcelados fueron asesinados y estableció el Comité de Vigilancia, cuyo papel declarado era elimina de raíz a los contrarrevolucionarios.
Aunque no estaba afiliado a ningún partido político, Marat fue elegido en septiembre de 1792 para representar al pueblo francés en la principal institución de la Primera República Francesa, la Convención Nacional, asamblea electa constituyente que concentraba el poder legislativo y ejecutivo.
Cuando Francia fue proclamada una república el 22 de septiembre de 1792, Marat cambió el nombre de su publicación, L’Ami du peuple, por el de Journal de la République Française, desde donde siguió criticando a muchos políticos, lo cual le hizo muy impopular entre sus compañeros de la Convención, y solicitó implacablemente la ejecución del rey. El 23 de enero de 1793 Luis XVI fue guillotinado, lo que generó gran controversia política.
De enero a mayo de ese año, Marat luchó agriamente con los girondinos moderados, asegurando que eran enemigos encubiertos del republicanismo, y llevó a su público a una violenta confrontación con ellos. De entrada ganaron los girondinos al conseguir que la Convención ordenara que fuera juzgado por el Tribunal revolucionario, sin embargo, fue absuelto y devuelto a la Convención con un renovado apoyo popular.
La caída de los girondinos el 31 de julio de 1793, provocada por las acciones de François Hanriot, fue el último logro de Marat.
Toda persona tiene su punto débil y el de Marat era la piel. Padecía una dolencia (quizá eccema atópico o celiaquía) que le causaba mucho prurito y lo único que le aliviaba eran los baños fríos en los que pasaba gran parte del día, escribiendo artículos para su periódico.
En la bañera estaba cuando el 13 de julio de 1793, una mujer que afirmaba ser una mensajera proveniente de Caen (a donde habían huido muchos girondinos para intentar conseguir una base en Normandía), solicitó verle para advertirle de una supuesta conspiración contrarrevolucionaria. En realidad, su intención era muy distinta y al entrar en su cuarto le asestó una puñalada en el pecho que le mató.
Charlotte Corday era girondina y el asesinato de Marat provocó una dura represalia en la que cientos de adversarios de los jacobinos, tanto monárquicos como girondinos, fueron ejecutados bajo los cargos de traición. La misma Corday fue guillotinada el 17 de julio de 1793.
El asesinato de Marat no hizo más que engrandecer su imagen entre las capas más pobres de la sociedad, que lo identificaron como a un mártir de la Revolución. A su funeral acudieron todos los miembros de la Convención y el pueblo en masa portando antorchas acompañó a la procesión hasta el cementerio. En las semanas siguientes se prodigaron homenajes en toda Francia y se inauguraron estatuas del mártir en todo el país.
La república jacobina lo elogió con el siguiente texto: “Como Jesús, Marat amó ardientemente al pueblo y nada más que a él. Como Jesús, Marat odió a los reyes, los nobles, los sacerdotes, los ricos, a los mediocres, y, como Jesús, no dejó de combatir estas pestes de la sociedad”.
El 21 de septiembre de 1794 su cuerpo fue trasladado al Panteón con todos los honores. Sin embargo, ese honor fue muy efímero. Tan solo unos meses después la Convención Termidoriana que siguió a la caída de Robespierre, le convirtió en símbolo de los excesos revolucionarios. En enero de 1795 su busto fue retirado de la Convención, al mes siguiente su mausoleo fue destruido, sus restos trasladados al cementerio de Sainte Geneviève y sus estatuas derribadas en todo el país.
Antes de que su recuerdo cayera en desgracia, Jacques-Louis David (1748-1825) plasmó el culto experimentado por los revolucionarios en el cuadro La muerte de Marat, llamado la Pietá de la revolución, por su analogía con la escultura de Miguel Angel.
David era un amigo íntimo de Marat, así como un firme partidario de Robespierre y de los jacobinos. Le había visitado el día antes de su muerte y, conociendo de primera mano el escenario, la pintura es como una fotografía del asesinato. Incluso en el papel que el cadáver sostiene en su mano izquierda aparece el nombre de su asesina.

En el cuadro, Marat aparece en la bañera con el turbante empapado en vinagre que solía llevar para calmar los picores. La cara y el cuerpo están bañados en una luz suave y brillante que destaca la mueca de abandono y la caída de la cabeza y el brazo izquierdo, todavía con la pluma en la mano y a su lado el arma homicida. La postura recuerda a las imágenes clásicas del Cristo yacente que el pintor conocía muy bien de su estancia en la Academia Francesa de Roma. En la mesita aparece la frase con la que David honra a su amigo: “N’AYANT PU ME CORROMPRE, ILS M’ONT ASSASSINE” (“no habiendo podido corromperme, me han asesinado”). En su mano izquierda sostiene una hoja que dice:«Il suffit que je sois bien malheureuse pour avoir droit a votre bienveillance» (“es suficiente que yo sea muy desafortunada para tener derecho a tu benevolencia”), una solicitud que le había entregado su atacante y que estaba a punto de firmar.
La imagen es a la vez realista e idealizada. Aunque austera, está revestida de gran gravedad y actitud heroica. El resultado es muy poderoso. Esto, unido a que se trataba de una cuestión candente, reportó a David un éxito enorme y convirtió a la obra en un icono para las masas.
La muerte de Marat es, probablemente, la mejor obra de David, y representa un paso definitivo hacia la modernidad y una afirmación política inspirada e inspiradora.
En el pasado la mayoría de pinturas habían representado asuntos religiosos extraídos de la Biblia y de la vida de los santos y temas mitológicos o alegóricos, expresando alguna verdad general. Excepcionalmente se acudía a escenas de novelas o episodios de la historia medieval o contemporánea, pero a partir de mediados del siglo XVIII, y sobretodo después de la Revolución Francesa, los autores empezaron a apartarse de estos estrechos límites para representar un suceso puntual o cualquier cosa que se les pasara por la imaginación o provocara su interés.
La Revolución Francesa dio un impulso enorme al interés por la historia y la pintura de hechos históricos. Los revolucionaros franceses gustaron de sentirse como griegos y romanos vueltos a nacer y su pintura, no menos que su arquitectura , reflejó su afición por “la grandeza de Roma”. El líder de estos pintores neoclásicos fue Jacques-Louis David, el artista oficial del gobierno revolucionario que incluso diseñó trajes y decorados para exposiciones propagandísticas, como el Festival del Ser Supremo, en el que Robespierre ofició constituyéndose en sumo sacerdote.
Encarcelado tras la caída de Robespierre, más tarde David se alineó con la llegada de otro régimen político, el de Napoleón Bonaparte. Fue en esta época cuando desarrolló su “Estilo Imperio”, notable por el uso de colores cálidos al estilo veneciano.



Después del regreso de los Borbones al poder, David se encontró en la lista de proscritos por revolucionarios y bonapartistas. Luis XVIII, sin embargo, le amnistió e incluso le ofreció un cargo como pintor de corte. David rechazó su oferta, prefiriendo en lugar de ello exiliarse en Bruselas, donde se dedicó principalmente a cuadros a escala menor de escenas mitológicas y retratos de bruselenses y emigrados napoleónicos. Murió en 1825 tras ser atropellado por un carruaje. A su familia no se le permitió que su cuerpo fuera enterrado en Francia, pero su corazón fue llevado al cementerio de Père Lachaise de París, la ciudad en donde más fuerte había latido.
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Cinta, preciosa i interessantíssima entrada. Un magnífic repàs a un moment històric de tanta importància com la Revolució Francesa i alguns dels seus fets i personatges més destacats.
Personalment, no coneixia amb tant detall la biografia de Jacques-Louis David, ni tampoc alguns aspectes de la de Marat. Totes les referenciés al seu paper com a editor de premsa i el naixement d’aquesta – des de l’Acta diürna que Julio César! – que exposés a l’inici de l’article, m’han semblat molt suggestives i captivadores.
I per descomptat, fantàstica la presentació dels detalls del famós quadre que tampoc coneixia o recordava.
Com sempre, un plaer llegir-te!
Cinta, qué placer más grande nos proporcionas en cada entrega.
Eres una barbaridad. Nunca faltas a la cita y nunca fallas, pero lo mejor es que cada artículo es una pequeña obra de arte que enriquece siempre nuestros deteriorados cerebros.
Gracias a estos momentos puedo recordar y comprender porqué te copiaba tanto.
De mayor quiero ser como tú.
Un beso enorme
¡Fantástica entrada, Cinta! Yo conocía más a David por sus magníficos retratos de Napoleón, sobre todo el de cruzando los Alpes, pero tu estudio de la muerte de Marat (un fascinante personaje histórico) me ha aportado otra visión del cuadro. No sabía que el pintor y él eran amigos íntimos y eso explica que tuviera “información privilegiada” que incorporó al cuadro, un auténtico homenaje repleto de afecto.
Gracias Cinta porque contigo siempre aprendo y, además, de forma muy amena.