Georges La Tour
Figura de la entrada:La adoración de los pastores. Georges La Tour, 1644. Óleo sobre lienzo, 100 x 130 cm. Museo del Louvre. París.
CONCURS CERCANT L’ART (decembre):
Autor: Georges La Tour (1593-1652).
Localización: Museo de Bellas Artes de Rennes (Francia).
Título: El recién nacido.
Acertantes (por orden alfabético): Pepe Ruiz, Pere Ramirez, Pere Sánchez y Xavier Selva.
COMENTARIO
Georges La Tour tuvo mucho mérito al lograr expresar una tierna calidez en sus cuadros en una época de tanto tenebrismo. Tenebrismo porque era el estilo pictórico de moda en su época, importado de los maestros italianos capitaneados por Caravaggio, y por las circunstancias que imperaban en su Lorena natal, donde cabalgaban los cuatro jinetes del apocalipsis: la Guerra, el Hambre, la Peste y la Muerte.
La Tour había nacido en Vic-sur-Seille (Lorena) en 1593, siendo el segundo de los siete hijos de un tahonero, Jean de La Tour, y de una hija de panaderos, Sibylle Mélian.
Vic era una villa episcopal dependiente del obispado de Metz (Francia) y por tanto un centro católico en medio del protestantismo del Ducado de Lorena, por aquel entonces una región independiente.
La región de Lorena había formado parte del territorio occidental del Sacro Imperio Romano Germánico. Durante la Edad Media la frontera entre el Imperio y Francia había permanecido relativamente estable, pero en el siglo XVII estalló la Guerra de los Treinta Años y la región se convirtió en un polvorín.
La Guerra de los Treinta Años fue librada en la Europa Central entre 1618 y 1648 y marcó el futuro del conjunto de Europa en los siglos posteriores.
Aunque inicialmente se trataba de un conflicto político-religioso entre Estados partidarios de la Reforma y la Contrarreforma dentro del propio Sacro Imperio Romano Germánico, la intervención paulatina de las distintas potencias europeas convirtió gradualmente el conflicto en una guerra general por toda Europa, por razones no necesariamente relacionadas con la religión: búsqueda de una situación de equilibrio político, alcanzar la hegemonía en el escenario europeo, enfrentamiento con una potencia rival, etc.
El mayor impacto de esta guerra, en la que se usaron mercenarios de forma generalizada, fue la total devastación de extensos territorios que fueron esquilmados por los ejércitos en su búsqueda de suministros. Al saqueo se añadieron las epidemias, favorecidas por el movimiento constante de soldados y la huida de la población civil que propagaron enfermedades como el tifus y la peste bubónica lejos de su foco inicial.
Los continuos episodios de hambruna y enfermedades, redujeron un 50 % la población masculina y un 30% la población global de los Estados alemanes, y en menor medida la de otros países, además de llevar a la bancarrota a muchas de las potencias implicadas.
Los conflictos fuera de Alemania tomaron la forma de guerras locales, como la de España con los Países Bajos, Inglaterra y Francia, la de Francia con Inglaterra y la guerra Ruso-Polaca. En total se firmaron 13 guerras y 10 tratados de paz.
La guerra de los Treinta Años llegó a su final con la paz de Westfalia y la paz de los Pirineos y supuso el punto culminante de la rivalidad entre Francia y los territorios de los Habsburgo (el Imperio Español y el Sacro Imperio Romano Germánico) por la hegemonía en Europa, que conduciría en años posteriores a nuevas guerras entre ambas potencias.
Esta paz creó las relaciones geopolíticas de una Europa que persistió hasta 1815 y más allá: el estado-nación de Francia, los comienzos de una Alemania unificada y un bloque austrohúngaro separado, una España disminuida pero aún significativa, estados independientes más pequeños como Dinamarca, Suecia y Suiza, junto con una división de los Países Bajos entre la República Holandesa y lo que se convirtió en Bélgica en 1830.
La historiografía ha señalado a la paz de Westfalia como el momento en el que se creó el primer sistema internacional, la Soberanía de Westfalia, se abogó por la secularización de la política —acabando así con las guerras de religión—, y se dio el primer paso hacia la destrucción de la sociedad corporativa en beneficio del ideario individualista donde las personas ceden libremente su capacidad de actuar violentamente así como su voluntad en beneficio del príncipe, quien pasa a centralizar la violencia, fundamento del absolutismo.
En cuanto a las ideas, la guerra hizo avanzar entre las élites la idea de soberanía nacional, con el lenguaje como factor unificador, prefigurando el nacimiento de las modernas concepciones liberales del Estado y los futuros nacionalismos consecuentes.
Regresando a la Lorena de tiempos de Georges La Tour, cabe reseñar que mientras la autoridad imperial central empezaba a decaer en el curso de la Guerra de los Treinta años, el cardenal Richelieu urgió la ocupación del ducado en 1641. Sin embargo, Francia de nuevo tuvo que abandonarlo entregándoselo a Carlos IV de Lorena después de la firma del Tratado de los Pirineos en 1648.
El fuego cruzado entre Francia y Alemania por Lorena no acabó con la Guerra de los Treinta Años y en los siglos siguientes fue invadida sucesivamente por ambas potencias, por última vez en 1940 con el avance de la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial, volviendo a Francia al final del conflicto.
¿Y qué fue de La Tour durante esos años tan tumultuosos? Pues bien, durante su adolescencia se formó en Nancy, capital de la Lorena. Un tiempo después se pierde su rastro; no está documentado si permaneció en su tierra natal toda su vida, conociendo la obra de los tenebristas italianos y holandeses por la circulación de artistas y de obras, o bien si viajó a estos países. Si se sabe que en 1616 regresó a Vic, y al año siguiente se casó con la noble Diane Le Nerf, hija de un tesorero del duque de Lorena. En 1620 se instaló en Lunéville, capital de la región y empezó a recibir encargos del duque Enrique II. Los años siguientes fueron un periodo de prosperidad con abundante trabajo, el nacimiento de varios hijos y la incorporación de más aprendices a su taller.
A partir de 1630 le tocó vivir una época de mayores penurias. Durante la Guerra de los Treinta Años los ejércitos imperiales y franceses recorrieron y devastaron la Lorena en varias ocasiones, a lo que se añadieron tumultos, epidemias como la peste, rapiñas de las milicias, forajidos y rebeliones, además del incendio de Lunéville (1638). Ante tanta desolación, en 1639 La Tour marchó a París y llegó a ser pintor oficial de Luis XIII.
En 1643 volvió a Lunéville y hasta su muerte fue el encargado de confeccionar un cuadro cada año en nombre de la ciudad (por entonces bajo domino francés y con el Duque de Lorena en el exilio) para el gobernador francés, recibiendo una “pensión real” hasta su muerte. Murió, junto a su esposa, durante la epidemia de peste de 1652. De sus diez hijos solo le sobrevivieron tres.
La Tour fue un pintor muy solicitado en vida, pero después de su muerte cayó en el olvido hasta ser recuperado entre finales del siglo XIX y principios del XX por los estudios de varios investigadores. A día de hoy es el más famoso de los tenebristas franceses.
En la primera exposición monográfica de La Tour, presentada en París en 1972, se le atribuyeron una treintena de cuadros. Posteriormente se le han llegado a atribuir unas 80 composiciones, aunque los catálogos más exigentes las reducen a la mitad y consideran las restantes como copias. La datación de muchas de sus obras es incierta.
En la obra de la Tour podemos distinguir tres periodos:
El primero abarca hasta 1638, con cuadros famosos de tahúres y soldados, reflejando un poco la realidad de su Lorena natal, en la que abundaban los soldados jugando con pícaros.



Una fase intermedia viene marcada por su estancia en París (1638-1643).
Su tercera época se inicia a su regreso a Lunéville, en 1643. Pinta entonces cuadros en los que predominan las luces nocturnas, sus lienzos más característicos. A diferencia de las obras de otros tenebristas como Caravaggio, en la que la luz provenía de un foco de origen impreciso, en los cuadros de La Tour la luz tiene un origen concreto: una vela, una bujía, una antorcha u otra forma de luz artificial.
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Trató temas religiosos, escenas de género y de devoción, todos ellos con el mismo estilo, hasta el punto de que en algunos cuadros no es fácil distinguir si se trata de uno u otro, como puede verse en la obra presentada este mes, El recién nacido, en el cual no se sabe si en realidad representa La Natividad o una escena cotidiana de su tiempo.
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La escena del cuadro es sencilla: dos mujeres, una de frente y otra de perfil, y en brazos de la primera un recién nacido. Una luz rojiza ilumina los rostros, dejando en penumbra el resto del cuadro. Destacan la cabeza del niño y el pecho de la mujer de perfil, más iluminados con el color blanco.
Esta obra es una buena muestra del peculiar estilo de La Tour, con el que consigue una composición equilibrada y rigurosa, casi geométrica, lo cual, junto al trato de la luz, dota a su obra de una especie de candidez y recogimiento. Las miradas y los gestos de ambas mujeres y la apariencia de sueño entregado del niño dotan al óleo de mucha dulzura.
Entre los temas religiosos, pintó con preferencia santos especialistas en prevenir el contagio de enfermedades, de ahí sus varias representaciones de San Sebastián que, además, era militar.
No consta que hiciese retratos, sino que prefería representar a la gente humilde, sobre todo figuras femeninas serias, contenidas, piadosas; mujeres que curan heridos, jóvenes madres con niños y Magdalenas, como sin duda harían las mujeres de su tiempo: aplacar el dolor y consolar ante el infortunio.
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PD: Con esa calidez que consiguió La Tour y todo mi cariño, os deseo Felices Fiestas y un 2023 en el que, a diferencia de sus cuadros, reine la luz. Un abrazo.
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Me ha encantado esta entrada Cinta ¡magnífica!
Terrible la Europa de la Guerra de los Treinta Años y las guerras civiles inglesas. Parece del todo lógico que emergiera Thomas Hobbes (filósofo muy interesante más allá de los tópicos) con su Leviatán y su contrato social con el soberano absoluto a cambio de la paz.
Un abrazo y ¡Feliz Navidad!
Preciós Cinta, preciós!
Quanta història aprenem amb tu!, i quina manera més maca i entretinguda d’acostar-nos els clàssics de la pintura.
Magnífica història i fantàstiques imatges per recordar d’on venim els europeus (quanta sang, Déu meu!) i per celebrar, ara en ple solstici d’hivern, la victòria tardana però certa, de la llum sobre les tenebres.
Gràcies, amiga, et desitjo que passis, amb els teus, un gran i feliç Nadal.