Constantino I, Santa Elena y la difusión del cristianismo.
Flavia Iulia Helena, conocida como Santa Elena y Elena de Constantinopla, nació en Drepanum (Bitinia, noroccidente de Anatolia) hacia el año 250, en el seno de una familia de bajo nivel social. Debía ser una mujer fuera de los común ya que pese a sus orígenes humildes fue pareja del emperador Constantino Cloro y fruto de esa unión nació Constatino I el Grande en el año 272. No se sabe con seguridad su tipo de vínculo ya que las fuentes documentales de la época la denominan como uxor, concubina o conjux , los tres tipos de estado civil que reconocían las leyes romanas, que serían equivalentes a esposa, concubina y cónyuge, determinando cada uno de ellos distintos derechos y obligaciones. En cualquier caso, se cree que mantuvieron una relación estable entre el año 270 y el 289, fecha en que Constantino Cloro se casó con Flavia, la hijastra de Maximino, otro componente de la tetrarquía que por entonces gobernaba el imperio romano y con quién tuvo 6 hijos.
Para entender mejor la historia a narrar merece la pena retroceder en el tiempo.
Tras la muerte del emperador Alejandro Severo en el año 235 se encadenaron una serie de acontecimientos, principalmente invasiones de enemigos exteriores y una epidemia de peste, que fueron alterando la estabilidad del Imperio. En el transcurso de esas décadas, periodo conocido como Anarquía Militar, se sucedieron una veintena de emperadores legítimos y más de cincuenta usurpadores que iban siendo proclamados por los ejércitos acantonados en las fronteras y en las diversas provincias.
En el año 284 fue proclamado emperador Diocleciano y hasta su abdicación en el 305 llevó a cabo una serie de iniciativas que permiten afirmar que fue el primer emperador verdaderamente fuerte desde la muerte de Alejandro Severo. Siendo consciente de la necesidad de reformas en el plano político, optó por crear una tetrarquía, sistema en el que el poder estaba distribuido entre dos Augustos y dos Césares y cada uno de ellos ostentaba el poder en una parte del territorio. Uno de los césares era Constancio Cloro, marido de Santa Elena, al que se le encomendó el control de Britania y la Galia.
Durante la primera etapa de la tetrarquía, Diocleciano emprendió reformas militares, defensivas, fronterizas, económicas, fiscales, administrativas y territoriales y en el 303 decretó la persecución de los cristianos.
Tras las dimisiones de Diocleciano y Maximino, Constancio Cloro quedó como Augusto de la parte occidental del Imperio, Galerio de la oriental y Severo y Maximino Daya como los respectivos Césares en estos territorios.
El hecho de que Constancio Cloro hubiera tenido descendencia con dos mujeres y que la segunda fuera de estirpe regia suscitaba controversia con respecto a los derechos de sucesión, pero cuando falleció en York en el año 306, sus tropas proclamaron a Constantino como su sucesor. Tras la muerte de Severo, Constantino y Majencio, hijo de Maximino, lucharon por el título de Augusto, venciendo finalmente Constantino en la batalla del Puente Milvio acaecida en el 312. Hasta el 324 permanecieron Constantino y Licinio, el sucesor de Galerio, como Augustos de la parte occidental y oriental del Imperio, respectivamente.
Con respecto al cristianismo, Galerio, que ostentaba el poder en la parte oriental del Imperio, expidió el Decreto de Tolerancia en el 311, acabando con la persecución de los cristianos dictada por Diocleciano en el 303. De esta manera, se les volvió a permitir la práctica de su culto, siempre que no alteraran el orden establecido. En el 313 Constantino y Licinio se reunieron en Milán y redactaron el Edicto de Milán que ahondaba en la tolerancia de cultos y otorgaba prebendas a los cristianos. Sin embargo, el establecimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio no se produciría hasta el año 380, con el Edicto de Tolerancia de Teodosio.
En el año 324 Constantino y Licinio se enfrentaron para conquistar el poder absoluto. Constantino derrotó a Licinio en las batallas de Adrianópolis y Crisópolis y restableció la unidad del Imperio bajo su autoridad, adoptando el título de Caesar Flavius, el mismo que había ostentado los sucesores de César Augusto. Posteriormente, los emperadores cristianos tardoantiguos e incluso los bizantinos y los reyes germánicos de occidente, asumirían en su título la palabra Flavius.

Constantino inició el proceso de cristianización del Imperio, aunque la mayoría de la aristocracia continuó siendo pagana. A partir del año 312 empezaron a emitirse monedas con símbolos cristianos y a construirse iglesias y edificios cristianos, siendo San Pedro de Roma la mayor de estas basílicas. Además, eximió del pago de impuestos a los eclesiásticos, les permitió heredar, les concedió el derecho de exilio y se les otorgó la Praescriptio Fori, por la que se les daba el derecho a ser juzgados por tribunales religiosos que también operaban en el caso de pleitos entre ecelsiásticos y civiles. En el 325 convocó el primer concilio ecuménico, el Concilio de Nicea, para tratar de acabar con el problema del arrianismo, herejía que defendía una especie de jerarquía dentro de la Santísima Trinidad, pues sostenía que el Hijo no era igual que el Padre, sino un ser intermedio, ni Dios ni Hombre. Todos los emperadores posteriores a Constantino fueron partidarios de la unidad de la Iglesia , pues la identificaban con la unidad del Imperio.
Constantino dejó otra importante huella en la Historia al fundar la ciudad que llevó su nombre durante siglos, Constantinopla, una Nea Roma, en el espacio en el antes se había instalado una colonia griega llamada Byzas. Varias fueron las razones para hacerlo, quizá la principal el hecho de que Roma había dejado de ser el centro geográfico del Imperio y se encontraba alejada de sus fronteras más acosadas. La ciudad fue consagrada en el 330 y allí residió el emperador hasta su muerte en el 337.
Santa Elena permaneció siempre al lado de su hijo en la corte, primero repartida entre Trévaris (Alemania) y Roma y posteriormente establecida en Constantinopla. Aunque la actividad de las mujeres en esa época estaba circunscrita al ámbito privado, las madres, hermanas, esposas e hijas de los emperadores ocupaban una destacada posición en la corte imperial. Prueba del apego de Constantino por su madre es que la honró con el título de Augusta en el año 324, acuño monedas con su retrato, cambió el nombre de su ciudad natal por Helenópolis y erigió estatuas en su honor en Roma, Constantinopla y en otras ciudades en todos los confines del Imperio.
Tras el Edicto de Milán del año 313 que concedió a los ciudadanos la libertad de culto empezaron a proliferar las peregrinaciones a “Tierra Santa” y Elena, convertida al cristianismo a la par que su hijo, fue una de las pioneras. En el año 326, con 76 años de edad, partió hacia Palestina, viaje narrado por varios autores.

Cuando Santa Elena llegó a Jerusalén hacia casi tres siglos que no se sabía nada del lugar exacto del Calvario ni de la Santa Cruz. Además, los terremotos y las guerras habían modificado la topografía de la ciudad. Aún así, Elena mandó hacer excavaciones en varios lugares y tras derruir un templo erigido a Venus en el Monte Calvario aparecieron tres cruces y la inscripción en hebreo, latín y griego que Poncio Pilato había mandado colocar sobre la Cruz de Jesús. Para resolver el dilema de en cual de las tres había muerto Jesús, las acercaron a una mujer enferma y aquella con la que sanó se proclamó “LIgnum Crucis”. En el lugar del hallazgo Elena mandó construir un templo, la basílica del Santo Sepulcro. Posteriormente la emperatriz hizo consagrar otros templos a Dios, una junto a la cueva del Nacimiento en Belén y otra sobre el monte de la Ascensión. Poco después Constantino honró las iglesias con oblaciones imperiales, objetos de oro y plata y ricas telas.
Los hallazgos de la emperatriz Elena constituyeron un acontecimiento de gran importancia, además de por su gran relevancia en el ámbito religiosos, por servir de preámbulo a dos fenómenos socio-religiosos y culturales con repercusiones económicas ampliamente desarrollados en los siglos posteriores: el tráfico de reliquias y las peregrinaciones a Tierra Santa.
Elena falleció en Roma en el año 330, al poco tiempo de regresar de Tierra Santa y fue enterrada en un sarcófago de pórfido que se conserva en los Museos Vaticanos y que probablemente estaba destinado a un emperador, pues aparecen esculpidas en él escenas bélicas.
Elena fue canonizada en el S IX. En las pinturas y esculturas aparece representada con la corona y el manto imperial o con tocas de viuda, llevando alguno de los elementos de la Pasión de Cristo: la cruz, la corona de espinas y los clavos.

¿No es parece, pues, como decía al inicio del artículo que Elena de Constantinopla debió ser una mujer muy especial? Siendo de origen humilde comparte vida con un emperador, juega un papel importante en la corte imperial, a los 76 años decide viajar a Tierra Santa, siendo pionera de las peregrinaciones religiosas y de una especie de Arqueología primitiva y funda templos que han sido y son paradigma de la cristiandad y Patrimonio de la Humanidad. Muchas mujeres llevan su bello nombre, compartido con una figura de la literatura universal desde sus inicios, Helena de Troya.
De todo lo mencionado se desprende que Constantino I y Elena de Constantinopla jugaron un papel importantísimo en el devenir de la Historia, principalmente por la difusión del cristianismo que, al margen de sus connotaciones religiosas, ha tenido durante siglos y hasta la actualidad implicaciones sociales, políticas, económicas y culturales en todo occidente y sus colonias.
BIBLIOGRAFIA: “Santa Elena y el hallazgo de La Cruz de Cristo”. María y Laura Lara Martinez. “Revista Comunicación y Hombre”, número 3. Año 2007.
Cinta
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Tu competencia e intrusión en territorios exclusivos de Ramón es claramente superada por ti. Entre Mariano y tus crónicas conseguiréis que tengamos una cultura aceptable
Gracias Pepe. La historia de las religiones es muy interesante, independientemente de las cuestiones de fe, ya que han sido un elemento fundamental en el devenir de la Historia en todo el mundo. Hice esta asignatura en la Universidad Senior con dos profesores excepcionales. Fue una gozada.
Ah!, ya me gustaría a mí tener tu cultura.
Un abrazo
Quina història més bonica! No la conexia. Un altre descobriment de la teva ma.
Seria un gran desenvolupament poder disposar d’una etiqueta o categoria de “dones a la història” o quelcom equivalent. Com és, o ha estat, malauradament així, l’oblit o marginació de la dona ens ha impedit gaudir de brillants, tot i que silents, aportacions
T’animo
Moltes gracies Cinta.
Gracies Manel. Tens tota la raó, les dones han estat marginades al escriure l’Historia i com a molt tractades com a ombres dels protagonistes, pero en hi han de mol importants. Ja posaré l’etiqueta. Bona idea!.
Una abraçada.
Muy interesante esta parte de la Historia que nos has explicado, aunque reconozco públicamente que he tenido que leer 2 veces tu crónica ( completa ) para que se me deshiciera un poco el nudo mental que me ha quedado después de la primera lectura…., entre Diocleciano, la Tetrarquía, Galerio, Licinio…. Bueno, al final he pillado todo el contexto y me he quedado con la figura de Elena de Constantinopla que tú has querido destacar muy justamente.
Seguimos esperando tus preciadas píldoras de, en este caso, Historia.
Un abrazo
Jajaja…Menudo embrollo estos romanos!No veas las veces que tuve que leerlo yo para aclararme con la maldita tetrarquía y que ahora uno era César y luego Augusto, que si el hijo de uno y del otro y venga peleas.Estuve hasta las 4 de la madrugada del sábado para editarlo y ya medio ciega maldiciendo a Constancio Cloro,Constantino y toda la retahíla. Todo para que se me olvide la semana que viene.
Un abrazo
¡Fascinante Cinta, como todas tus aportaciones! Conocía la historia de Constantino y Santa Elena desde el punto de vista religioso, pero me has hecho ver que era el menos importante o, cuando menos, muy secundario. Los aspectos políticos y la lectura femenina/feminista enriquecen sensiblemente un periodo del Imperio Romano complicado y confuso que ahora entiendo mucho mejor. ¡Gracias!