CHARITÉ
Serie de TV. Alemania (2017). Seis capítulos de 45 minutos.
Dirección: Sönke Wortmann.
Guión: Dorothee Schön y Sabine Thor-Wiedemann.
Música: Martin Lignau e Ingmar Süberkrüb.
Fotografía: Holly Fink.
Productora: MIA Film y UFA Fiction.
Actores protagonistas: Alicia von Rittberg (Ida Lenze), Justus von Dohnanyl (Robert Koch), Matthias Koeberlin (Emil Behring), Christoph Bach (Paul Ehrlich) y Ernst Stötzner (Rudolf Virchow).
Charité es una serie de TV basada en hechos reales, actualmente disponible en la plataforma Filmin, ambientada en el hospital más famoso de Berlín en el siglo XIX.
La protagonista es Ida Lenze, una joven de 18 años huérfana que, para pagar la deuda con el hospital La Charité por una intervención quirúrgica, empieza a trabajar allí como auxiliar de clínica. El contacto con los enfermos y el ambiente universitario del hospital, unido al recuerdo de su padre médico, le despiertan el deseo de estudiar medicina, algo prohibido en la Alemania de aquella época.
La historia transcurre a finales del S. XIX, un tiempo en el que se abrían nuevas y grandes expectativas en el campo de la medicina. En la serie aparecen grandes figuras como Virchow, Kock, Behring y Ehrlich, los tres últimos galardonados con el premio Nobel en la primera década del S. XX. La serie nos muestra los avances médicos que se estaban produciendo en un hospital puntero de la época, con escasos recursos según nuestra perspectiva actual, favorecidos por la rivalidad que existía entre Francia y Alemania para conseguir los éxitos más destacados, rivalidad que se había ido sucediendo a lo largo de todo el siglo XIX.

Alrededor de 1800, un grupo de médicos parisinos revolucionaron la investigación y el pensamiento médicos porque supieron aprovechar la oportunidad que para el desarrollo de la ciencia médica significó la utilización de los grandes hospitales públicos, lograda gracias a la centralización llevada a cabo por la Revolución.
René Laënec (1781-1826), médico de La Salpêtrière, inventó del estetoscopio en 1816, una innovación diagnóstica crucial. No menos influyente fue Pierre Louis que en su Ensayo sobre la Enseñanza Clínica (1834) ensalzó los signos clínicos como guías objetivos para identificar el órgano afectado y la enfermedad. Además, fue un defensor apasionado de los métodos aritméticos diseñados para evaluar cuantitativamente los tratamientos, precursores de lo que más tarde serían los ensayos clínicos.
Para Louis y sus colegas, la medicina clínica era una ciencia empírica que había que aprender en las salas de hospital y en las morgues, mediante el registro y explicación de los hechos. El juicio clínico, el verdadero oficio del médico, se basaba en una interpretación inteligente de lo que los sentidos percibían: los signos visuales, los sonidos y los olores de la enfermedad.
Estudiantes europeos y americanos iban en masa a París para aprender y volvían a sus países haciendo propaganda de la medicina francesa. En todas partes, la medicina empezó a estar basada en el hospital y a ser más sistematizada. Desde 1830 Londres se enorgullecía de tener una universidad con dos colleges, University y King, cada uno de ellos con facultades de medicina y hospitales expresamente construidos para la docencia. En Viena, Carl von Rokitanski (1804-1878), que parece que llegó a practicar 600.000 autopsias, consiguió que la anatomía patológica fuese obligatoria y una asignatura fetiche.
Paralelamente a los hospitales se desarrolló una institución investigadora rival: el laboratorio, el lugar para llevar a cabo una experimentación controlada y sistemática. Alrededor de 1850 los laboratorios comenzaron a transformar la fisiología y la patología y a dejar también su huella en la formación médica.
Las universidades alemanas, en especial, impulsaron un tipo de investigación con sello propio. Justus von Liebig (1803-1873) estableció el modelo de lo que sería la ciencia del laboratorio en el Instituto de Química de la Universidad de Giessen. Liebig desarrolló un programa para someter a organismos vivos a análisis químicos estrictamente cuantificados. Midiendo lo que entraba (comida, oxígeno y agua) y lo que salía (urea, sales, ácidos y dióxido de carbono) reveló detalles decisivos sobre lo que más tarde se denominaría bioquímica. Estos hallazgos impulsaron las teorías reduccionistas, que ridiculizaban la filosofía idealista y especulativa de los románticos con su aspiración de encontrar el sentido de la vida. El materialismo científico se convirtió en la filosofía dominante en las escuelas alemanas de investigación de la segunda mitad del siglo XIX.
También la fisiología adquirió por fin la categoría de disciplina experimental. Su principal valedor fue Johannes Müller, catedrático de Anatomía y Fisiología en Berlín desde 1833. Durante muchos años su Handbook of Phsiology fue la biblia de la disciplina.
Otro avance importante fue el perfeccionamiento del microscopio gracias al reajuste de distorsión, lo que permitió que la nueva ciencia de la histología se desarrollase muy rápidamente a partir de 1830.
Rudolf Wirchow, catedrático de Anatomía Patológica en La Charité de Berlín, (uno de los protagonistas de la serie y maestro de todos), fue el investigador alemán más creativo de su época. Estableció la máxima “omnis cellula e cellula” (todas las células proceden de otras células) y en sus manos la teoría celular adquirió un poder extraordinario para explicar fenómenos biológicos como la fertilización y el crecimiento, y patológicos como por ejemplo el origen del pus en las infecciones y que el cáncer era consecuencia de la mitosis anómalas de algunas células.

Wirchow demostró que el estudio de las células era clave para entender las enfermedades y adoptó un concepto interno de ellas, desconfiando más adelante de la bacteriología de Pasteur porque mantenía que la enfermedad estaba causada fundamentalmente por algo externo (la gran rivalidad franco-alemana también tuvo algo que ver con ello).
A partir de la década de 1850 los laboratorios alemanes atrajeron a estudiantes de toda Europa y Norteamérica, dejando atrás a Francia por su carencia de laboratorios avanzados en investigación fisiológica. Pero, a pesar de todo, Francia continuó aportando investigadores eminentes como Claude Bernard (1813-1878) que demostró hechos fisiológicos de gran importancia como el efecto que venenos como el monóxido de carbono tienen sobre los músculos, el papel del hígado en el mantenimiento de los niveles de glucosa, las funciones de las secreciones pancreáticas y el papel del sistema nervioso autónomo, por mencionar solo algunos de ellos, y abrió el camino a las ciencias biomédicas mediante el uso de la vivisección en su clásico de 1865 Introducción al estudio de la medicina experimental.
La medicina científica emergió más lentamente en Gran Bretaña y EEUU y un número cada vez más elevado de sus estudiantes acudía a las universidades alemanas. Uno de sus alumnos, William Henry Welch, introdujo los métodos alemanes en la medicina experimental americana en el Johns Hopkins de Baltimore, una facultad singular en aquellos tiempos porque admitía mujeres, donde fue nombrado catedrático en 1878. Algo también muy significativo fue la apertura en Nueva York en 1901 del Instituto Rockefeller para la Investigación Médica, escuela de muchos futuros premios Nobel.
Durante la época victoriana, la medicina en gran Bretaña seguía sobre todo en manos privadas, las universidades tenían muy poco apoyo del estado para investigar y la sociedad era ruidosamente hostil a la experimentación médica. Así y todo, la fisiología británica fue encontrando su propio espacio. Edward Shäfer se hizo famoso por sus investigaciones en la contracción muscular y Michael Foster y algunos de sus discípulos crearon una escuela de investigación en Cambridge de la que emergieron un buen número de premios Nobel como Henry Dale y lord Adrian.
Louis Pasteur (1822-1895), la superestrella de finales del siglo XIX, no era médico, sino químico. Fue un microscopista fuera de serie cuyo interés por los microorganismos surgió de los estudios de fermentación relacionados con la fabricación de vino y cerveza. Desarrolló el útil procedimiento de la pasteurización para eliminar los microorganismos de la leche y así garantizó que dejase de ser una fuente de tuberculosis y de afecciones gastrointestinales.
Pasteur no fue el inventor de la teoría de los gérmenes, que dice que la enfermedad está causada por la invasión del cuerpo por microorganismos vivos microscópicos, ya que ya hacía tiempo que esta se había divulgado, pero sí fue el primero en demostrar con experimentos convincentes que gérmenes específicos causaban enfermedades concretas. Sus hallazgos los puso en práctica investigando vacunas en animales y después en humanos, consiguiendo un éxito rotundo con las vacunas del carbunco y después de la rabia.
Las relaciones que Pasteur estableció entre distintos estreptococos y estafilococos con enfermedades concretas situaron a la bacteriología en el mapa de la ciencia, pero fue Robert Koch, un alemán algo más joven que él y otro de los protagonistas de la serie Charité, quien con sus meticulosas investigaciones tuvo un papel decisivo en la demostración de la teoría de los gérmenes como causantes de enfermedades. Su artículo de 1879 “Etiología de las enfermedades infecciosas traumáticas” marcó un hito en la metodología de las ciencias médicas. Señaló las diferencias entre las distintas bacterias y se dedicó a demostrar que las bacterias eran la causa de determinadas infecciones. Lo más destacado de los descubrimientos de Koch fue la caracterización de los bacilos de la tuberculosis (1882) y el cólera (1883).

Los discípulos de Koch (y rivales, tal como escenifica la serie) continuaron utilizando sus métodos para identificar los microorganismos que causan el tifus, la difteria, la neumonía, la gonorrea, la meningitis, la lepra, el tétanos, la peste, la sífilis, la tosferina y muchas otras infecciones causadas por estreptococos y estafilococos. De este modo, incidiendo sobre los patógenos vivos, los cazadores de gérmenes que lideraron la nueva bacteriología avanzaron mucho en el espinoso camino de la etiología de la enfermedad y revelaron cuestiones como la susceptibilidad y la resistencia que posteriormente se convirtieron en la matriz de la inmunología.
En 1894 el ruso Elie Metchnikoff observó que los leucocitos se dirigían hacia los gérmenes de una enfermedad y los digerían como si se tratase de un ejercito en lucha contra la enfermedad, un fenómeno al que denominó fagocitosis. La teoría celular de Metchnikoff sobre los antígenos, los anticuerpos y la resistencia se impuso en la comunidad científica francesa, pero, como era de esperar, los investigadores alemanes impulsaron una teoría rival: las terapias químicas.
Emil von Behring y Paul Ehrlich, los otros dos protagonistas de la serie que faltaban por mencionar, afirmaban que ese ejército inmunológico dependía más del suero que de la serie blanca. Von Behring, junto con el investigador japonés Shibasaburo Kitasato, anunció en 1890 que el suero sanguíneo de un animal inmunizado contra el tétanos o la difteria, mediante la inoculación de la toxina correspondiente, se podía utilizar para tratar a otros animales expuestos a una dosis de bacilo que sin ese suero sería fatal. Se denominó terapia del suero y tuvo un cierto éxito, por lo que se empezaron a producir antitoxinas contra el tétanos, la difteria, la neumonía, la peste y el cólera.


Pero el decano de los investigadores de principios del siglo XX fue Paul Ehrlich (1854-1915), a quién se le ocurrió aplicar la teoría de los anticuerpos naturales para desarrollar drogas sintéticas. El reto era encontrar equivalentes químicos de los anticuerpos que como estos fuesen letales para microorganismos concretos e inocentes para el huésped. Con esta idea se enfrentó obstinadamente a la sífilis. Ensayó más de 600 compuestos de arsénico en su empeño de encontrar un tratamiento químico de la enfermedad, antes de patentar el compuesto 606, conocido como Salvarsán, con el cual lograron curarse 10.000 sifilíticos en los tres años siguientes.
Cuando la próspera industria química vislumbró los enormes beneficios que podrían obtenerse gracias a las pastillas, la industria farmacéutica dio la mano a la farmacología académica, sobre todo en Alemania.
Así pues, todos los avances científicos conseguidos en el siglo XIX que ayudaron a conocer el funcionamiento del cuerpo humano y las enfermedades, dieron paso a los avances de la farmacología a lo largo del siglo XX. Conviene recordar que hasta entonces no se esperaba que las medicinas desempeñases un papel decisivo en la curación. La terapéutica tradicional se basaba en recursos que purgasen, que hicieran sudar o que limpiasen la sangre, para ayudar a la naturaleza a restaurar el equilibrio del sistema, pero el empeño de esos investigadores pioneros desterró para siempre a las sangrías y sanguijuelas.
Aunque en los últimos 50 años la investigación médica puntera ha estado en manos de los americanos, la fructífera rivalidad franco-alemana en el campo de las vacunas continúa en nuestros días. El Instituto Pasteur lideraba el desarrollo y la fabricación de vacunas hasta que en el último año un coronavirus vino a cambiar nuestras vidas y un laboratorio alemán, BioNtech, ha desarrollado esa innovara vacuna que actúa frente al COVID-19 mediante ARN mensajero.
El hospital La Charité también sigue trabajando; un ejemplo es el artículo “Estimating infectiousness throughout SARS-CoV-2 infection course” de su equipo de virología, publicado en la revista Science el 25/05/2021, que arroja luz sobre el tema de los supercontagiadores.
En fin, si os gusta la Historia de la Medicina os recomiendo la serie Charité, donde aparecen esas grandes figuras de la escuela alemana del siglo XIX en una producción, en mi opinión, muy bien realizada e interpretada que con sus logros científicos de fondo nos acerca a sus cuitas personales. Creo que disfrutareis.
Cinta
Bibliografía: Breve Historia de la Medicina. Roy Porter. Ed. Taurus, 2003.
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Gracias Cinta por este artículo, me ha parecido interesantísimo. Y ,desde luego , vamos a seguir tu recomendación respecto a Charité!
Tanto la vamos a seguir, que ya hemos empezado con el primer capítulo esta noche. Gracias Cinta, creo que vamos a disfrutarla mucho. En cuanto a tu revisión es sencillamente espectacular, ¡hay que ver lo que dio de sí el siglo XIX!
Cinta, maravillosa tu introducción histórica de la serie. Ya he visto dos capítulos y me parece de una factura impecable.
Leyéndote, he tratado de imaginar cómo hubiera sido ejercer la profesión antes de esa época en la que realmente se iniciaba otra medicina, por fin basada en evidencias. ¿Os lo podéis imaginar? Hemos tenido mucha suerte.
Gracias. Un beso.
Hola Cinta, responc per segon cop a la teva didàctica i entretingudíssima entrega al voltant de la història de la Medicina moderna. Ho faig, doncs ja saps que la primera resposta sembla ser que va ser “fagocitada” per elements informàtics no identificats.
Bé, el cas és que torno a llegir el teu article quan tot just acabo de veure de forma completa la sèrie que recomanes en la teva entrada, ambdós, entrada i sèrie, em semblen realitzacions de gran factura. El teu repàs al voltant del salt de la Medicina quan es desenvolupa el model infecciós de comprensió de les malalties hegemòniques, ha estat un succint i apetitós tastet que, espero, t’acabi de donar “l’empenteta” necessària per oferir-nos noves notes d’erudició al voltant de les nostres arrels professionals i sentimentals.
Gran article. Molt interessant per aquells que ens estimem la Medicina i la Història. Crec que els alemans tenen una gran medicina. L’Institut Koch ha jugat un paper fonamental en el control de la pandèmia en aquell país, però haig de dir que els francesos amb l’Institut Pasteur, que inclús ara té delegacions per bona part dels països francófons perquè tenen una visió global del control de les infeccions, ha estat pioner ( descobridor del virus de la Sida malgrat els americans volen ser coautors). He tingut la oportunitat de llegir la biografia de Yersin, deixeble de Pasteur, i és molt interessant. Crec que hem de continuar amb la història de la Medicina Cinta. Gràcies.