CASPAR DAVID FRIEDRICH
Figura de la entrada: Dos hombres contemplando la luna. C.D. Friedrich, 1819. Óleo sobre lienzo 35 x 44 cm. Galerie Neue Meister. Dresde. (Fuente: Commons wikimedia).
CONCURS CERCANT L’ART (MAIG):
SOLUCIÓN: El caminante sobre un mar de nubes. Caspar David Friedrich. Galería de Arte de Hamburgo.
ACERTANTES (por orden alfabético): Maite Talón, Pepe Ruiz, Pere Ramirez y Pere Sanchez.
COMENTARIO
El caminante sobre un mar de nubes, pintado por Caspar David Friedrich en 1818, es una de las obras más emblemáticas del Romanticismo.
En el centro del cuadro aparece un hombre elegantemente vestido en lo alto de una montaña, por encima de un mar de nubes entre las que emergen los picos. Está de espaldas contemplando el paisaje, con la pierna izquierda flexionada sobre una roca y el brazo derecho apoyado en un bastón. El viento le revuelve el cabello. Recuerda a los héroes solitarios de la poesía romántica. Quizá es el propio autor. La parte superior del lienzo es el cielo, teñido con reflejos dorados propios de un amanecer o atardecer. El color dominante es el blanco, roto por el marrón de las rocas y el traje verde oscuro.

La postura de la figura asemeja a la que adopta un cazador cuando pisa su presa en señal de supremacía. Y es que la altura representa un dominio, más si alcanzarla ha supuesto un esfuerzo del que no todos son capaces. Es una conquista y las conquistas nos subliman.
Precisamente, la búsqueda de la sublimación es uno de los ideales del Romanticismo. Este movimiento nació a finales del siglo XVIII en contraposición a la Ilustración y al ensalzamiento de la razón que había imperado en las décadas previas y cuyo manifestación artística fue el Neoclasicismo. Surgió en Inglaterra y Alemania y desde allí se extendió al resto de Europa y América, marcando las manifestaciones artísticas hasta mediados del siglo XIX.
Romanticismo, ese toque sin el cual la vida nos parecería muy áspera, es un término que no se acuñó hasta bien entrado el siglo XVIII. Procede de roman, “novela” en francés, que es como se denominaban en el siglo XVI a los libros de caballería al ser escritos en lengua romance, a diferencia de los tratados científicos que se imprimían en griego o latín.
El término Romanticismo vio la luz en el libro de viaje de James Boswell An account of Corsica (Un recuento de Córcega) de 1768, empleado como adjetivo, romantic, con el significado de “sublime”, “inefable”, aquello que no se puede expresar con palabras. El texto de Boswell se tradujo a varias lenguas, llegando a alcanzar especial éxito en Alemania donde prendió el movimiento romántico promovido por los filósofos Kant, Schlegel y Hegel que exaltaban el mundo interior del artista.
Durante la Ilustración, los pensadores habían intentado racionalizar el mundo y alejarse de supersticiones e ideales religiosos para acercarse a un mundo más ordenado creado por el razonamiento. Sin embargo, la revolución estadounidense (1775-1783) y la revolución francesa (1789) marcaron el inicio de un largo periodo de devastación y guerras por toda Europa. Ante ese caos sangriento y no haberse conseguido un mundo mejor, se implantó una desilusión con respecto a la racionalidad que contribuyó a alimentar al romanticismo.
El romanticismo es un movimiento crucial para poder comprender la cultura occidental moderna. La filosofía, el arte, la literatura, la música y la política fueron influenciados por él, durante el turbulento periodo de las revoluciones liberales que culminaron con la revolución industrial.
Los nuevos modos de vida se debían reflejar en nuevos modos de pensar y el romanticismo pasó a significar esta nueva experiencia del mundo con la búsqueda de la auténtica libertad, la primacía de lo individual, instintivo y sentimental, la originalidad, la creatividad, el amor a la naturaleza y la nostalgia de paraísos perdidos como la infancia o la nación idealizada.
En el campo de la pintura, el Romanticismo influyó principalmente en la representación del paisaje con sus manifestaciones más dramáticas y sublimes. Caspar David Friedrich (Greifswald 1774 – Dresde 1840) logró plasmar como nadie al genio atormentado propio de su tiempo en comunión con la imponente naturaleza.
Atormentarse estaba de moda en su época, pero a Fridererich no le faltaban razones para ello. Con tan solo siete años perdió a su madre y en los años siguientes fallecieron tres de sus ocho hermanos, uno de ellos al intentar salvarle cuando estaba hundido en el hielo, con el consiguiente sentimiento de culpa que le acarreó. Sabiendo este suceso, su cuadro El mar de hielo todavía resulta más sobrecogedor.

A los dieciséis años inició sus estudios de pintura y en 1798 se trasladó a Dresde, el centro del movimiento romántico alemán, donde acabó de formarse y donde mantuvo su residencia hasta su muerte. Esta no se produjo hasta 1840, pero a los 27 años intentó suicidarse, algo habitual entre los artistas contemporáneos.
En 1806 Napoleón invadió los territorios alemanes y Friederich adoptó una actitud antifrancesa y de defensa de la libertad de opinión y mayor participación de la clase media en la política.
En 1808 pintó su primera gran cuadro al óleo: La cruz en la montaña. Su composición era poco habitual y desató una fuerte polémica. No obstante, en este cuadro se basa gran parte de la fama de Friedrich y su éxito financiero, abriendo el camino a la pintura romántica en Alemania. Se trata de una de las primeras obras en las que imprime ya su concepción del «paisaje sublime», una nueva modalidad que será muy imitada.

En 1813 las tropas napoleónicas regresaron de Rusia huyendo y derrotadas y Dresde y sus alrededores se convirtieron de nuevo en un escenario de guerra. La liberación alemana culminó al año siguiente con la victoria en la Batalla de las Naciones de Leipzig.
Tras la marcha de los franceses, Friedrich frecuentó círculos de intelectuales de corte liberal-republicano, que apoyaban los ideales nacionalistas, pero el Congreso de Viena (1814-1815) supuso una gran frustración de esta ideología, ya que significó la restauración del Antiguo Régimen bajo el liderazgo de Austria.
El Congreso de Viena fue un encuentro internacional para restablecer las fronteras europeas tras la derrota de Napoleón y reorganizar las ideologías políticas del Antiguo Régimen, es decir, retornar a Europa a la situación anterior a la Revolución Francesa para asegurar un equilibrio de poder que evitase otra serie de revueltas o conflictos armados. El principal impulsor de la reunión fue el príncipe Klemens von Metternich, ministro de asuntos exteriores de Austria y distinguido diplomático de la época, decidido a invocar que los reyes europeos actuaran como “garantes personales” del equilibrio político, sofocando todo atisbo de liberalismo en la “Europa de la Restauración”.
Casi todos los países europeos, incluido Francia, enviaron delegaciones, aunque el plan inicial de Metternich era que las decisiones claves del Congreso fueran tomadas solo por los delegados de Gran Bretaña, Austria, Rusia y Prusia, al ser estas las potencias que habían sostenido el esfuerzo bélico de la Sexta Coalición contra Napoleón, apartando de las decisiones relevantes a los aliados antifranceses más débiles como España, Portugal, Suecia o Piamonte-Cerdeña o pequeños estados alemanes como el de Hannover. La actividad diplomática del Congreso pocas veces se ejecutó en grandes reuniones de trabajo, sino que se desarrolló principalmente en cenas, banquetes o bailes de gala, donde los diplomáticos podían reunirse de modo informal y luego concertar reuniones en pequeños grupos para llegar a acuerdos o defender un interés concreto, el cual luego se plasmaba en pactos con otros interesados.

El representante de Fernando VII fue el Marqués Pedro Gonzalez Labrador, pero su poca habilidad diplomática lo enfrentó rápidamente con la delegación de la derrotada Francia, apartada de las negociaciones relevantes, al igual que España. La debilidad española impedía a Gómez Labrador ofrecer algún apoyo relevante a Gran Bretaña o Austria para que se consideraran sus intereses y la austeridad de la delegación le impedía participar de las cenas y banquetes que permitían entrevistas diplomáticas de alto nivel. Para colmo, Gómez Labrador pedía a las potencias europeas el apoyo para recupera Lousiana (cedida por España a Francia, y luego vendida por Francia a Estados Unidos en 1803) y el reconocimiento de sus derechos soberanos sobre las colonias americanas que estaban en lucha por su independencia. Tales planes fueron descartados por los líderes de la Sexta Coalición al considerarlos muy poco realistas para la débil España y costoso para las grandes potencias a cambio de escasos beneficios prácticos. Además, Gran Bretaña rehusaba apoyar tales proyectos ya que sus comerciantes lograban grandes beneficios gracias a los problemas españoles en América. La exclusión de España en la toma de decisiones, significó el reconocimiento de la pérdida de su condición de gran potencia que había tenido hasta entonces.
Volviendo a la vida de Friederich, cabe reseñar que, aunque deprimido por la deriva política, en 1818, con 44 años, se casó con la joven Caroline Bommer de 25 años. A su esposa la pintó en Mujer asomada a la ventana, tal como Dalí lo haría con su hermana dos siglos después. Fue precisamente en su viaje de novios cuando pintó El caminante sobre un mar de nubes y Los acantilados blancos de Rügen, dos de sus obras más famosas.


Friederichc perteneció a la primera generación de artistas libres, que no pintaban por encargo, sino que creaban por sí mismos para un mercado libre de galerías, lo cual otorgaba mayor libertad en la elección de los temas y estilo. Su elección fue la naturaleza dotada de un sentimiento metafísico, inaprensible. El primer plano y el fondo, separados a menudo por un abismo, se relacionan entre sí.
A lo largo de su vida no dejó de viajar ni de pintar paisajes campestres o marinos que conoció, a diferencia de paisajistas precedentes, y esto dotó a su obra de un realismo hasta entonces inédito. Eligió, además, algunos puntos de vista que no abundaban antes en la pintura paisajística, como las cimas de la montaña o las orillas del mar.
El espíritu que domina la obra de Friedrich es radicalmente romántico: abundan las escenas a la luz de la luna, espacios gélidos (mar de hielo, campos helados), las noches y paisajes montañosos y agrestes. Cuando incluye elementos humanos, suelen ser de carácter sombrío, como cementerios o ruinas góticas y una y otra vez aparecen elementos religiosos, como crucifijos o iglesias.
Pobló sus paisajes de seres humanos contemporáneos, pertenecientes en general a la burguesía. Estas figuras, a partir de 1807, suelen aparecer de espaldas al espectador, ocultando la cara (probablemente porque no se le daba bien el retrato), y en alguna de ellas se reconoce al propio Friedrich. Suelen estar ubicados céntricamente en el cuadro, de manera que cubren el punto de fuga.
Friederich pintó unas 310 obras. Algunas desaparecieron en el incendio del 6 de julio de 1931 que destruyó el Palacio de Cristal de Munich y otras lo hicieron tras el bombardeo de Dresde durante la Segunda Guerra Mundial, pero han sobrevivido las suficientes para testimoniar esos intentos de libertad y sublimación de los sentimientos que representó el movimiento romántico y el amor por la naturaleza de Friederich.
No puedo acabar sin comentar que para mí, la mayor aportación del Romanticismo en el mundo del arte fue en el ámbito de la música. Beethoven, Weber, Schubert, Mendelssohn, Chopin, Schumann…lograron en sus composiciones dar voz a las emociones de una manera tan magistral que es imposible no estremecerse. Espero que os guste este final.
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Cinta, no em cansaria mai de llegir i aplaudir els teus articles, plens de història, excelent art i exquisita posta en escena.
Parlant del romanticisme, no podria estar millor exposat, amb el permís d’altres figures de l’època, per aquest genial artista i aquesta úlltima intetpreració de Chopin.
Felicitats i gràcies per apropar-nos a tanta sabiduria i sensibilitat.
😘😘