BLAS DE OTERO: un poeta en la España franquista
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los ojos para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
En el principio, en “Pido la paz y la palabra”
Blas de Otero Muñoz nació en Bilbao el 15 de marzo de 1916, en el seno de una familia religiosa de clase media alta. Tuvo una hermana y un hermano mayores que él, y su infancia fue un remanso de seguridad y alegría. En 1927 la familia se traslada a Madrid por el trabajo del padre. Allí muere su hermano a los 16 años y 3 años más tarde su padre, quien deja a la familia sin recursos económicos. Blas hubo de abandonar la carrera de Derecho que había iniciado a los 15 años y regresar a Bilbao con su madre y hermana, donde se despierta su vocación literaria, en una época de su vida dominada por el pesimismo y la depresión. La religión constituye para él un refugio de equilibrio, y se integra en la Federación Vizcaína de Estudiantes Católicos. En este ambiente conoce a un grupo de amigos con los que comparte tertulias de arte, audiciones de música, lecturas y poemas que publicó en una revista religiosa. También publica poemas en el periódico “El Pueblo Vasco” y gana su primer premio de poesía en el Centenario de Lope de Vega. Con sus amigos forma primero el grupo “Alea” y luego el “Nuestralia”, los cuales fueron importantes para la consolidación poética de Blas.
Su vocación literaria le resultaba excluyente, pero la situación económica de su familia le obligó a trabajar y a continuar estudiando Derecho por libre. De estos años son sus poemas de profundo fervor religioso, muy influidos por los místicos, sobre todo por San Juan de la Cruz. Así nace “Cántico espiritual”, que dio a conocer en un recital que el grupo Alea organizó en el Ateneo de Bilbao para conmemorar el IV Centenario de San Juan de la Cruz, aunque no lo publicó hasta después de la guerra civil. Sus influencias poéticas durante esa época fueron también Rubén Darío, Juan Ramón Jiménez, Rabindranath Tagore y algunos poetas de la generación del 27. De Rubén Darío aprende los artificios métricos del verso y de la estrofa, pero es sobre todo Juan Ramón el que ejerce la principal influencia sobre Blas y sus amigos.
En 1935 termina la carrera de Derecho en la Universidad de Zaragoza y poco después, al estallar la guerra civil, decide intervenir en ella adhiriéndose al bando nacional franquista. Se incorpora como sanitario a los batallones vascos y cuando las tropas de Franco toman Bilbao es enviado al frente de Levante. Terminada la guerra, acuciado por la necesidad de contribuir al sostenimiento económico de su familia, comienza a trabajar como asesor jurídico de una empresa metalúrgica vizcaína mientras escribe crítica musical y de pintura para el periódico Hierro y sigue publicando sus poemas. Dos de estas publicaciones tienen un amplio eco en la prensa del norte, “Cuatro poemas” y “Cántico espiritual”. Estos poemas reflejan la tensión anímica que soporta al tener que ejercer una actividad profesional que hipotecaba su verdadera vocación, la creación poética. Todo el “Cántico espiritual” es el grito de un hombre que lucha en su interior por su vocación y por resolver el dilema vocación-obligación. Por medio de sus versos, habla con el Dios que conoce íntimamente su ser y le pide ayuda para lograr la posesión de la palabra.
En noviembre de 1943 se traslada a Madrid y se matricula en Filosofía y Letras; contactando con el círculo de poetas discípulos de Vicente Aleixandre y Dámaso Alonso. Al enfermar gravemente su hermana, que era entonces la que mantenía a la familia, tiene que abandonar sus estudios y regresar a Bilbao, donde se dedica a preparar oposiciones y a dar clases particulares de Derecho, teniendo que abandonar su actividad literaria. Ello le provoca una crisis depresiva por lo que en 1945 decide ingresar en el sanatorio psiquiátrico de Usúrbil, aunque es en la creación poética donde encuentra su mejor terapia. Durante varios años vive en el retiro de su casa y no aparece públicamente hasta que la revista Egan incluye en su primer número (verano de 1948) once de sus poemas con el título de “Poemas para el hombre”, que son el germen de “Ángel fieramente humano“. Durante esta etapa se destruye su firme creencia religiosa y nace un nuevo hombre, lleno de dudas y de soledad.
Desde 1947 Blas de Otero escribe los poemas que suponen su rebelión salvadora y que constituyen los libros Ángel fieramente humano, Redoble de conciencia y Ancia. Al primero se le niega en 1949 el premio Adonais. por ser considerado transgresor desde un punto de vista religioso. Su publicación le da fama en toda España, que se acrecienta al año siguiente con la aparición de Redoble de conciencia (1951). Poeta bronco, poseedor de un dominio sorprendente de la lengua poética, destaca en medio del panorama un tanto monótono de la poesía de esa época. Aunque para Blas el contenido de su obra ha sido siempre el hombre, es en Angel donde el poeta comienza a ofrecer su vertiente más humana, ya desde la dedicatoria “a la inmensa mayoría”. Este libro de poemas es también la expresión del vacío y la soledad que son inherentes a todo ser humano, y también del terrible silencio de Dios y del desamor: Así en “Hombre”: “Luchando, cuerpo a cuerpo, con la muerte,/ al borde del abismo,/ estoy clamando a Dios./ Y su silencio, retumbando,/ ahoga mi voz en el vacío inerte./ Oh Dios. Si he de morir, quiero tenerte despierto./ Y, noche a noche, no sé cuándo, oirás mi voz./ Oh Dios. Estoy hablando solo. Arañando sombras para verte./ Alzo la mano, y tú me la cercenas./ Abro los ojos: me los sajas vivos./ Sed tengo, y sal se vuelven tus arenas./ Esto es ser hombre: horror a manos llenas./ Ser –y no ser- eternos, fugitivos/ Ángel con grandes alas de cadenas!”
En 1958 publica Ancia, libro que reúne todos los poemas de tema existencial y amoroso escritos entre 1947 y 1954. En él también se identifica cada vez más el acercamiento al hombre nuevo y el rechazo al anterior (“hombre aquel que fui cuando callaba”). Al final, se aprecia que el verso se va modificando, haciéndose más corto y escueto. (“Ahora vuelvo a mi ser, torno a mi obra más inmortal: aquella fiesta brava del vivir y el morir. Lo demás sobra”).
En 1952 sale de España por primera vez. En París entra en contacto con los exiliados españoles comunistas y, a través de sus lecturas y las conversaciones, asume la interpretación marxista de la historia que dibuja una futura sociedad donde reine la armonía, basada en la justicia y la dignidad para todos. Este humanismo utópico le entusiasma y empuja su voz a un ideal de justicia y solidaridad. Ahora ha encontrado la justificación moral a su oficio de poeta. De regreso a España, desea conocer a fondo a las gentes y las tierras del país, por lo que viaja en el verano de 1954 por las tierras altas de la meseta castellana y de aquí van saliendo los poemas que nombran los pueblos, las esbeltas espadañas y el rostro curtido de los campesinos.
Desde su vuelta de París, Blas de Otero se ha dedicado sólo a la poesía. Vive en Bilbao con su madre y la hermana mayor, que ha tomado a su cargo la responsabilidad del hogar materno. Las conferencias y recitales que da por toda España y la publicación de sus poemas en diversas revistas son sus únicos ingresos, lo que vuelve a plantear el conflicto de siempre entre su vocación y la necesidad de contribuir a la economía familiar.
No era fácil escribir en un país oprimido por la dictadura. Cuando intenta publicar su libro Pido la paz y la palabra, tropieza con la prohibición de la censura: la palabra ha de ser enmascarada, la paz se ha convertido en un vocablo subversivo. Lo que significó Pido la paz y la palabra en la poesía de la mitad de los cincuenta queda patente en las noticias de los periódicos, que lo aclaman como uno de los títulos míticos de la poesía contemporánea y el de mayor repercusión en el extranjero. La forma de su poesía se va haciendo más pura y limpia, desprovista de retórica y de metáforas, afilando la palabra desnuda que sugiere temas del hombre.
De 1956 a 1959 Blas de Otero reside en Barcelona y se integra en los círculos de los intelectuales catalanes. Su amigo Puig Palau le aconseja reeditar los dos libros de la etapa existencial en un solo volumen, completado con otros poemas de la misma época. El resultado es Ancia, que recibirá al año siguiente el Premio de la Crítica 1958.

En febrero de 1959 participa en el homenaje a Antonio Machado en Colliure (donde lee su poema “Palabras reunidas para A. Machado”). Su libro “En castellano” no es aceptado por la censura y tiene que publicarlo en París con el título “Parler clair”, y en Buenos Aires (Editorial Losada) donde el libro “Con la inmensa mayoría”, reúne Pido la paz y la palabra y En castellano. En este último, Blas de Otero ensaya versos con ritmos distintos, principalmente rompiendo los endecasílabos, lo que le da al poema un ritmo entrecortado, inquieto, de acuerdo con la temática que aborda: “Se durmió en la cocina como un trapo./ No le alcanzaba el jornal ni para morirse./ Se dejó caer en la banqueta como un trapo/ y se escurrió por el suelo, sin olvidar… / Usualmente, paren los humildes esas niñas escrofulosas que portan únicamente una sayita deshilachada sobre los huesos./ ¡Salid corriendo a verlas, hipócritas!/¡Escribid al cielo lo que aquí pasa!/¡Sobornad a vuestros monitores para admirar esto! Españolitos helándose al sol –no exactamente el de justicia./ Voy a protestar, estoy protestando desde hace mucho tiempo;/ me duele tanto el dolor, que a veces pego saltos en mitad de la calle,/ y no he de callar por más que con el dedo me persignen la frente, y los labios, y el verso.”
(“Censoria”)
Entre 1960 y 1964 comienzan los largos viajes del poeta a los países donde ha triunfado la revolución socialista. Primero a la Unión Soviética y China, invitado por la Sociedad Internacional de Autores, luego a Cuba. Blas de Otero intenta conocer de un modo directo la realidad de aquellos países donde las masas habían asumido un papel protagonista. A finales de 1961 intenta publicar el nuevo libro Que trata de España, pero la censura elimina casi la tercera parte de los poemas. De inmediato contrata la publicación del libro -esta vez sin recortes- en Francia, aunque parte importante de los poemas censurados aparecen previamente en su antología Esto no es un libro (Puerto Rico, 1963). En Expresión y reunión (1969) Blas de Otero trata de remediar los defectos que la censura le ha impuesto en la edición española de Que trata de España, por lo que sus poemas van a ser en esta antología los más extensamente representados. En la edición completa de Ruedo Ibérico (Paris), las temáticas que aborda sirven de título a los cinco capítulos en que se divide la obra Que trata de España. En el primer capítulo, El forzado, el poeta trata de las tierras y de los hombres de esa España que ha estado siempre en su sentir: “Madre y madrastra mía,/ España miserable y hermosa./ Si repaso con los ojos tu ayer, salta la sangre fratricida,/ el desdén idiota ante la ciencia, el progreso.…/ mis años por ti fueron quemándose,/ mi incierta adolescencia, mi grave juventud,/ la madurez andante de mis horas,/ toda mi vida o muerte en ti fue derramada/ a fin de que tus días por venir/ rasguen la sombra que abatió tu rostro. (“Por venir”).
“Hablo para la inmensa mayoría/, pueblo roto y quemado bajo el sol,/ hambriento, analfabeto /en su sabiduría milenaria,/ español de pura bestia, hospitalario y bueno/ como el pan que le falta/y el aire que no sabe lo que ocurre.”(“Impreso prisionero”).
“Escribo; luego existo. Y, como existo en España/, de España y de su gente escribo/. Luego soy, lógicamente,/ de los que arman la de dios es cristo./ ¡Escribir lo que ve! ¡habrase visto!,/ exclaman los hipócritas de enfrente./¿No ha de haber un espíritu valiente?, contesto./ ¿Nunca se ha de decir lo que se siente?,insisto./ No. No dejan ver lo que escribo/ porque escribo lo que veo.(“No quiero que le tapen la cara con pañuelos”).
En estos años se le concede el Premio Fastenrath, de la Real Academia Española, y el Internacional Omegna Resistenza. En el otoño de 1963 se traslada a París para la presentación de Que trata de España, acto que -dada la situación política española- se convierte en un multitudinario rechazo de la dictadura. En la capital francesa, a principios de 1964, recibe una invitación para viajar a Cuba como jurado del premio de poesía “Casa de las Américas”. En las prosas de Historias fingidas y verdaderas, escritas durante su estancia en el Caribe, queda constancia de que Otero ha abierto bien los ojos y no deja de advertir ciertos recortes a la libertad, “lo tal vez evitable”. Son textos de madurez, en los que medita sobre sí mismo, sobre España y sobre la condición humana. De Cuba vuelve a Madrid el 28 de abril de 1968. Trae el manuscrito de unas bellísimas prosas, una gran admiración por el pueblo cubano y la experiencia malograda de un breve matrimonio (“no me pesa el amor, pésame el monte/ del desamor: alrededor la muerte”).
Pero la muerte no es ahora una metáfora, como en sus libros existenciales, sino una amenaza real. En La Habana le han descubierto un cáncer del que es operado nada más llegar a España. Conociendo la gravedad del diagnóstico, Blas de Otero acepta con serenidad su destino. Si en Cuba ha escrito desde 1966 a 1968 las prosas poéticas de Historias fingidas y verdaderas, la posibilidad de la muerte empuja ahora febrilmente su pluma y nacen numerosos poemas que constituirán el núcleo de un futuro libro, Hojas de Madrid. Once años le quedan aún de vida contra todos los pronósticos. Años de fecunda poesía y felicidad inesperada. En aquellos terribles días que siguieron a la operación, cuando todos los caminos se cerraban, vuelve el poeta a encontrar un amor que parecía definitivamente perdido: la novia del Bilbao natal. Juntos de nuevo y ya para siempre, fijan su domicilio en Madrid, y en esta ciudad prepara el poeta varias antologías (Expresión y reunión, País, Verso y Prosa, Todos mis sonetos, Poesía con nombres), reedita sus libros, algunos por primera vez en España, como En castellano, o la primera edición completa de Que trata de España. Y sigue creando nuevos poemas, los del póstumo Hojas de Madrid, que queda inconcluso, aunque adelanta veinticinco poemas en Mientras (1970) y varios más en cada una de las antologías citadas, en especial en Expresión y reunión (1969), editada en 1981 por su compañera, Sabina de la Cruz.

“Han pasado los años: sigo vivo,/y cansado, y tenaz hasta las heces;/ cien veces que naciese,/ tantas veces viviera y escribiera como escribo.
Durante estos años madrileños vuelve Blas de Otero a sus aficiones predilectas: la música, la lectura, el cine o pasear lentamente: “ruando/ como/ un perro en la calle,/ amigo de la calle,/ camarada/ de la calle”. Es un hombre que gusta de la compañía de unos pocos amigos y de pequeñas reuniones alrededor de la mesa. No le apetecen los actos oficiales, pero nunca olvida los encuentros con su madre y su hermana en la casa de Bilbao. Recorre en cortos viajes las tierras de España, Portugal e Inglaterra y acompaña a su mujer, profesora de literatura, en los cursos de verano de Santander y San Sebastián. Participa en los grandes acontecimientos políticos y tiene la alegría de asistir a la llegada de la libertad -que tantas veces había inspirado su pluma- y de recitar sus poemas durante la campaña electoral que inauguró la democracia en España.
La muerte le llega por sorpresa en Majadahonda el 29 de junio de 1979, pocos meses después de haber cumplido sesenta y tres años. Una embolia pulmonar pone fin de súbito al combate que venía sosteniendo desde hacía un mes con sus bronquios enfermos. Después….nos queda su palabra.
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Mariano, una magnífica entrada que te hace vibrar leyendo esa vida y esos versos.
La nube de nostalgia me invade al volver oír recitar esos versos a Paco Ibáñez, o ver cantar juntos esa canción a Miguel Ríos y Ana Belén.
Ciertamente…nos queda su palabra.
Un abrazo
Mariano, gracias. Gracias por traer aquí al grandísimo poeta. Mi preferido entre los españoles, junto a Jaime Gil de Biedma.
Algunos de sus poemas me impactaron tanto en mi adolescencia – jesuítica como la suya – que recuerdo haberlos transcrito a mano en mis notas y haberlos releído cientos de veces en aquellos años de mi incipiente y por aquel entonces dolorido ateismo.
Otero fue realmente ese angel fieramente humano con alas de cadenas, que luchó toda su vida por estar con la inmensa mayoria. Y darle voz… y darle la palabra.
Nos regaló y nos ha legado su desgarradora sinceridad en hermosísimas palabras.
Desde su amada y odiada Bilbao, “turbio regazo de mi niñez/húmeda de lluvia/y ahumada de curas” te mando un fuerte abrazo.
Muchas gracias por tu comentario, Pere. Me alegra mucho que te haya gustado mi artículo. Blas de Otero fue un poeta que me impactó durante los años de mi adolescencia y juventud; que influyó en mi forma de pensar y de sentir. Un abrazo.
¡Maravillosa entrada, Mariano! Es un poeta que admiro especialmente por su coherencia ideológica, de aquellos que se dice, “él siempre estaba en el mismo sitio, los que se movían eran los otros”. Me hace pensar, diferencias aparte, en Jesús Monzón, un gran perdedor de la historia.
Pero más allá de las incidencias biográficas ¡qué gran poeta! La musicalidad de sus versos pedía intérpretes como los que encontró, y que le han dado la proyección que merecía a pesar de las dificultades con la censura y con sus propias circunstancias vitales.
Un abrazo enorme.